Dar un consejo no es algo baladí. Resultan antipáticos aquellos deseosos de hacerlo, pues esconden sus miserias en las indicaciones ajenas, además de lograr bien poco.
Cuando mis alumnos me piden que les dé uno, huyo hacia los predios de la edad moderna y les aseguro que un consejo, además de lo que te regala un buen amigo o un familiar, es un organismo que integraba la estructura polisinodial de los monarcas de la casa de Austria (dejemos de menospreciar el asombro, ahí anida el interés por conocer). No obstante, Jorge Freire, en esta nueva obra, no exhorta indicaciones de tapadillo, ni adoctrina. Antes bien, destila su mirada plena de una lucidez que no ciega ni paraliza, sino que es provocadora. Desde las hieles del identitarismo hasta la tecnodicea, pasando por los videojuegos, la formación del carácter o la tradición, nada de lo humano le es ajeno.
Escasean en la historia de la literatura las obras escritas en vocativo. Interpelar a los otros es claramente una llamada, pero también un reto. Rilke, de alguna manera, lo hace en sus Cartas a un joven poeta, aunque siguiendo un modelo epistolar. Bien, pues Hazte quien eres, desde el título mismo, también se atreve. Y lo ejecuta con un estilo renovador (máxime para un texto teóricamente cautivo en los feudos de la filosofía), pero de aires decimonónicos en unos casos y modernísimo en otros. Podríamos decir, sin miedo a equivocarnos, que el resultado es pimpante. Las referencias infinitas, muestra de una cultura excelsa, resultan muy sugerentes, pero no constituyen la clave de bóveda de este ensayo.
Aquellas son como el ardor guerrero o el furor pedagógico, se suponen en algunas profesiones/vocaciones. Yerra, por decirlo con el modo del autor, el gran Javier Gomá cuando apunta en la contra del libro que «Freire es el más joven de nuestros clásicos». No cabe duda de que es un clásico, tanto por su calado como por su universalidad, pero huelga decir que los clásicos no tienen edad. Afirmar esto sería tanto como sorprenderse de los versos magníficos que Rimbaud tejió con los mismos años con los que un adolescente hoy se lobotomiza sin tregua Play station en mano. Es, efectivamente, excepcional, pero no tan raro en la historia del arte. El talento tampoco tiene edad. Llama la atención, eso sí, verlo con nitidez en determinados segmentos de la existencia. Por otro lado, la prensa que critica Freire por ser a veces adocenante, sí acierta en algunos apelativos maximalistas, como cuando apunta que es el filósofo más influyente de su generación. Pocos describen como él las fallas o las grietas del sistema. Es tremendamente crítico, pero a la par conjuga brillantez, humor y amabilidad. Y, como muestra, valga este botón: «Si no actúas, la circunstancia hará de ti lo que estime oportuno; y, si actúas, quizá también».
El autor, con estas frases breves, entes semióticos de gran potencia superadores del chulhanismo, no hace relativismo moral. Muy al contrario, se apega al realismo de nuestro tiempo («Cada ciudadano es hoy un publicista de sí mismo»), pero también a la universalidad («Pon tu corazón y tu cabeza en ello. La cuestión más prosaica se trueca en rito»). Es más, con estas sentencias, desviste los lugares comunes de nuestros días e incluso los pilares de la autoayuda y las filosofías de aluvión.
Freire, con una dialéctica redonda, es capaz de decirnos una cosa y la contraria, pero todo tiene sentido, como cuando afirma que «El carácter es más fuerte que la fortuna». Lejos de ser un discurso vacío, juego de espejos ininteligible o ventriloquía, esa contradicción encierra de manera metafórica y consciente la lucha misma por la vida. Líbrenos el destino de aquellos que son siempre coherentes. En esa disputa, enfrentamiento o conflicto, está la esencia que nos mueve. Por eso es tan divertida la crítica que hace Freire al consensualismo, pues según él es un puro mito. El fin del conflicto es un argumento que se esgrime principalmente con el fin de hacer callar al de enfrente.
En estas propuestas existenciales, lado opuesto del psicologismo de baratillo, encontramos reflexiones para el buen vivir. Y, quizá, lo más hermoso de ellas es que se tiñen de la experiencia propia. Son bellas, pues están cargadas de la virtud que entraña la vivencia. Y, de este modo, galvaniza para nosotros el concepto platónico del Thymos, el coraje que se apoya en la virtud. Raro será que no nos sintamos impelidos, tocados en nuestro recuerdo del devenir íntimo, si recorremos estas páginas. Costumbre, voluntad, sufrimiento e ilusión son los pilares sobre los que el autor construye su existencia, pero todo ello está sazonado con la crítica inteligente, con la mirada de aquel que ha hecho del pensamiento humanista su guía. Freire nos propone, por decirlo con el If de Kipling, «soportar sesenta segundos de combate bravío», pero extendidos a toda la vida, pues de quien lo haga se podrá decir que es un hombre, y poseerá los codiciados frutos de la tierra. Y para ello nos propone ser extremadamente cuidadosos en las costumbres que observamos. No obstante, avisa de que estas ideas son suyas, senda propia, como la que cada uno deberá forjar. No hay, por tanto, soluciones mágicas.
Dice Juan Vico en El animal más triste que el aperitivo es civilización. Bien, pues Freire recoge, además de otras muchas cuestiones mollares, este asunto. Decanta, entreverado en su pensamiento, el anhelo de atrapar ese inmarcesible que es el acto civilizador. Así, apunta que es en la catarsis donde anida, por sus elementos trágicos, la fuerza civilizadora. De este modo, observamos otra constante: Jorge Freire alinea el pensamiento efervescente y el hálito poético en la cuadratura del círculo literario.
El autor puntualiza, con la fiereza y precisión del aforismo, las fisuras que nos humanizan, desde la contradicción y la emoción. Agita las ideas para hacerlas volar, vestidas siempre de experiencia. Destaca, por ejemplo, que el dolor, el esfuerzo y la fatiga son los lugares desde los que surge el arte, pero nos convence igualmente de que el sufrimiento de por sí no hace mejor a nadie. Reflexión esta, como tantas otras, cuyas interpretaciones y aplicaciones serían infinitas, como las capas de una cebolla. Pocas cosas son más irresistibles que la temperatura mental.
Esta obra, por todo lo dicho, late con una pulsión propia, particularísma, y eso que sólo hemos señalado lo mínimo (que no lo esencial). Decía el filósofo Ernst Cassirer que el ser humano es un animal simbólico. Lo que hacemos, nos dice Freire, y no sólo la potencia del pensamiento abstracto, nos configura significativamente. Dejen de resistirse y acepten Hazte quien eres como lo que es, un texto imprescindible. Si se pliegan, cual junco sometido al espíritu zen, al final, los que ganarán serán ustedes.
Juan Laborda Barceló
HAZTE QUIÉN ERES
Jorge Freire
Deusto, 168 pp., 19,95 €