Revitalizante la medicación mediante la sobreexposición a la naturaleza que Susan Fenimore Cooper (Scarsdale, 1813- Cooperstown, 1894) nos propone. Consciente de los beneficios para la salud del aire libre, su libro pretende hallar la clave transformadora de la biología, a base de encarnar la vida misma: «El helecho le ha ganado rápido el terreno a verbascos y caros. El silencioso espíritu del bosque parece volver a reptar sobre el lugar-. Interconectada, una esperanza tranquila, casi trascendental, se extiende a los momentos extáticos de una autodisolución en lo que desaparece.
Veredicto sobre nuestra necesidad de empatía, este Diario rural publicado en 1850 se niega en separar a los demás en personas y no personas: «Los árboles lanzan sus ramas una sobre otra, con una luminosa variedad de colores y perfiles. Cada ejemplar de este maremágnum tiene su propia manera de complacer». La autenticidad del sentimiento ilumina estas memorias que logran describir el placer de afrontar mediante la inmersión naturalista la destrucción del mundo natural: «Un gorrión grande, precioso, del color de un zorro (…) parecía bastante a gusto entre los juncos».
Mide la escritora estadounidense el vínculo complejo (o el intervalo infranqueable) entre nosotros y nuestras representaciones, nos deja a solas para descifrar los secretos de nuestras herencias; escribe con un compromiso emocional que logró captar la atención de científicos de la época, como Charles Darwin: «En el invierno, el lago está bastante salpicado de anzuelos, sumergidos a través de pequeñas aberturas en el hielo, y a menudo se pescan así buenas piezas de truchas arcoíris».
Nos invita Cooper a reexaminar los huecos en las fracciones ocultas. Ligada a su escritura, la condición pasajera del interés por lo que la rodea: «El murmullo de la alegre abeja se oye durante los largos días del verano en todos los caminos, y al anochecer el paciente ganado, mientras ofrece su nutritivo tesoro, muge ante cada una de las puertas». Su prosa es a la vez enérgica y espiritual, un estudio fenomenológico de la panoplia silvestre que rodea al hogar, a la comunión intensiva con los insectos y las plantas.
Negocia la protagonista el sentido, apela a la magia sacrificial de la inversión de roles: su profundidad conecta, para enmendarla, la rebeldía pueril a la rebelión letrada. Alivia su filosofar de la desesperanza de la peripecia: «Una bandada de patos silvestres ha sobrevolado el pueblo hasta el lago. Son las únicas aves que hemos visto en quince días». Diligente su necesidad de equilibrar la afabilidad con el concienzudo examen, más allá de la novedad: «Vemos [los pinos] con toda claridad, con las ramas y el follaje dibujados en un oscuro relieve sobre el cielo reluciente».
Se acompaña el texto con láminas que han sido coloreadas por esta pionera en el mundo de la ciencia, la botánica y el arte. Encerrados en la caja de cartón y papel, acompañados de la erudita prisionera, pretendemos desentrañar la confusión de los conceptos sin fecha de caducidad en una lección acerca de cómo mirar el mundo para amarlo: «El humo se eleva en nubes densas, blancas e interrumpidas en las chimeneas, las ventanas están empañadas con escarcha y la nieve cruje cuando nos desplazamos sobre ella».
Establecen estas páginas una conversación entre el otoño y el invierno, o lo que es lo mismo, entre la vida y la muerte: «Los bosques están bastante desiertos en invierno, salvo allí donde trabajan los leñadores o unos pocos conejos y ardillas se deslizan sobre la nieve». El resultado es la radiografía de un cataclismo. La interminable narrativa de nuestras interrupciones. Publicado cuatro años antes del Walden de Henry David Thoreau, este diario entrelaza educaciones de lo extraño familiar, de lo hogareño en secciones interconectadas, en conflicto con nuestra subcultura brutalmente estratificada: «¡Cuántas de las obras de arte que más nos enorgullecen nos faltarían de no haber gracia y dignidad en los árboles, de carecer de belleza las hojas y las flores!».
José de María Romero Barea
LA AUTORA
Susan Fenimore Cooper (1813-1894), naturalista y escritora, fue una mujer con una amplia cultura, favorecida en parte por la biblioteca de su padre, el escritor John Fenimore Cooper(autor de, entre otras obras, El último mohicano), al que acompañó en su viaje a Europa. Además fundó un orfanato en Cooperstown, Nueva York, y lo convirtió en una célebre organización benéfica. Colaboró en publicaciones, como The Atlantic Monthly, The Freeman’s Journal, Harper’s New Monthly y Putnam’s Magazine, y además de Diario rural, publicó, entre otros, los libros Female Suffrage: A Letter to the Christian Women of America o Rhyme and Reason of Country Life. Susan Fenimore Cooper fue una minuciosa observadora de su entorno, como lo demuestran los muchos apuntes de este diario les dedica a las flores, los árboles, las aves o los insectos. Pero su escritura, firme y precisa, detallista y minuciosa, transparente en la plasmación de sus ideas, la llevó a la reflexión sobre temas tan dispares como la implantación de especies vegetales y animales europeas, el lirismo de los nombres de las plantas, la migración de las golondrinas o la crítica a la matanza de los pieles rojas.
DIARIO RURAL
Apuntes de una naturalista (Primavera-Verano)
Susan Fenimore Cooper
Pepitas de Calabaza, prólogo de María Sánchez, traducción de Esther Cruz Santaella, 320 pp., 22 €