Han transcurrido cien años desde el nacimiento del famoso escritor italiano, el 15 de octubre de 1923, en Santiago de las Vegas, Cuba (murió en Siena el 19 de septiembre de 1985). Se publican un libro de entrevistas con el autor, un estudio de su trayectoria como editor y una serie de cuentos.
Sin pretender restar importancia a su narrativa, cuyo valor actual cabría plantearse en otro sitio con más extensión, el bueno de Italo Calvino, a casi treinta años de su muerte, fue sobre todo un humanista, un erudito aunque jugara a no serlo. A no serlo mediante la escritura de su forma lúdica de entender la literatura clásica, reinventando los asuntos que le interesaban con el filtro de su peculiar talento. En este sentido, son sus textos teóricos, como las conferencias Seis propuestas para el próximo milenio (1985), y los reunidos en Mundo escrito y mundo no escrito (Siruela, 2006), los que le convierten, de forma indudable, en una voz para la posteridad.
Este trabajo, y de ahí la alusión a su narrativa, servirá para aproximarnos al modo en que Calvino concibió sus obras: «Cuando estoy convencido de que cierto tipo de libro está completamente fuera de las posibilidades de mi temperamento y de mis capacidades técnicas, me siento en mi escritorio y me pongo a escribirlo», dice en el texto que da título al libro. Una cita que explicaría los desafíos narrativos que se impuso y que tienen un mérito técnico, compositivo, de divertimento, pero tal vez no novelesco.
Es en el ensayo, la reseña, la crítica, la discusión, donde Calvino se muestra sin fisuras: su inmensa cultura goza de un pensamiento sencillo y ordenado, su amor descomunal por la literatura sólo entiende el camino de la exigencia y la sensibilidad. Qué gozoso resulta leerlo; uno mismo se siente un lector que aprende de otro lector en ese viaje literario —el mundo como libro, el libro como mundo, vieja metáfora esencial en el volumen— que no tiene fin. Por cierto, la edición venía a cargo del profesor universitario Mario Barenghi, que recogía artículos que el escritor publicó en periódicos y revistas entre 1952 y 1985.
Enamorarse de Estados Unidos
Hay un poco de todo: reseñas sobre libros de ciencia, historia y antropología, un simpático texto —«Los buenos propósitos»— sobre cómo «el Buen Lector» prepara sus lecturas de verano, reflexiones sobreJosé Ortega y Gasset en torno al amor, una conversación con un artista a propósito de Paul Klee y el concepto de imitatio, una conferencia para la feria del libro bonaerense, una introducción a una antología… Brillantes ideas al respecto de la «crisis» de la novela, de cómo traducir bien —algo que le preocupaba desde su puesto en la editorial Einaudi— y de la escritura como educación personal. Y el Calvino que resulta especialmente interesante: el historiador de la literatura, muy crítico con las letras de su país, el experto en narrativa fantástica, el que sabe hablar con ternura y sabiduría de la función de las lágrimas en los cuentos infantiles o de la influencia de Hoffmann y Poe, de Chrétien de Troyes y Leopardi, de sí mismo como lector y escritor en todos los mundos posibles.
Por otra parte, más de cincuenta años tardó en aparecer otra de sus obras, nada menos que en 2014: Un optimista en América. El autor murió en 1985, y este libro es el resultado de un viaje que había hecho tres lustros antes a Norteamérica. Tras regresar a casa, se puso a reescribir lo que había ido anotando en aquellos meses, de noviembre de 1959 a mayo de 1960. Sobre todo, estuvo en Nueva York, pero también conoció otras ciudades grandes como Detroit, Chicago, San Francisco, Los Ángeles, Las Vegas o Houston, y otras pequeñas que le agradaron sobremanera, como Savannah, «la ciudad más bella de los Estados Unidos». En cada uno de los sitios contactó con personas propias de su ámbito editorial y literario, pero también con activistas de la talla de Martin Luther King.
Lo curioso es que, tras terminar de corregir Un optimista en América —el inicio, con el autor llegando en barco a Nueva York, es muy impactante para él y tiene un tono evocador—, Calvino decidió no publicarlo al verlo modesto como obra literaria y poco original como crónica periodística. Pero se leen con placer, como suele suceder con el narrador italiano, estas páginas fruto de su gran curiosidad por otras tierras y culturas, de su ansia de experiencias vitales, sabiendo que un viaje «puede hacer madurar o cambiar algo en nosotros» y «servir para que escribamos mejor porque habremos aprendido algo más de la vida». Y es eso lo que logró: acercarse a lo que los Estados Unidos son de verdad, viéndose preso de un deseo de conocimiento y de posesión total de una realidad que entendió multiforme y compleja.
Entrevistas de toda una vida
Ahora, Siruela publica un volumen que recorre cuatro décadas (1951-1985) de su pensar literario, una serie de entrevistas en que se indaga en su propia obra, sobre el género de la novela, sobre la literatura, la historia y la política, sobre la lectura… Así, se aborda la invención fantástica y la multiplicidad de lenguajes, la literatura y realidad italiana, autores como Pavese, Carlo Levi, Robbe-Grillet, Butor o Vittorini, la literatura italiana en los años 50, sus impresiones de Estados Unidos, las novelas fantásticas, la ciudad de Venecia, los cuentos de hadas, el siglo XVIII, el fabulista contemporáneo, la influencia que recibió de Raymond Queneau, Nueva York o el tiempo en la narrativa y en la historia.