Se nos revelan realidades insospechadas: «Afirmó el polaco que nadie ve nada si se tapa los ojos». Leemos creando el libro que nos lee: «[El polaco] aseguró que todos los villeros, incluso aquellos que no eran polacos, sabían perfectamente que Dios no existía». Pasamos las páginas de La banda de los polacos (Anagrama, 2023) mientras se nos pasa la vida: «Dios era un invento de los que no vivían en las villas».
Un impulso ferozmente narrativo permea un artefacto que se niega a narrar. Rehúsalas distintas lecciones la inocencia letraherida: «Yo soy la luciérnaga, muchachos», afirma la Yesi, «Y esa luz, mi luz (…) será la llave que nos permitirá abrir las puertas del mundo que queremos cambiar». Disecciona la saga de Federico Jeanmaire (Baradero, 1957) el papel de la escritura en la creación del yo: «Ninguno se levantó. Ni siquiera el diablo interior del Alan se animó a abrirle la boca».
Listas de comportamiento reconfiguran el punto de vista tanto de las enfermedades del discurso como de la cura mediante la sobreexposición a la literatura: «Acabo de escribir en mi cuaderno que venías para acá», afirma el interlocutor: «[Alan] no entendió ni lo del cuaderno ni lo de que ese viejo supiera su nombre».
Capas de perspicacia articulan las posibilidades del conjunto, profundizando en las relaciones afirmativas de un «paraíso que podía llegar a convertirse en un infierno fácilmente». Encuentra el argentino nuevas formas de entrelazar identidades en un grupo de adolescentes que anuda los placeres de leer a los del autodescubrimiento: «Si le toca elegir, muchacho, no dude», sugiere un personaje llamado Borges: «Elija siempre lo que le parezca lindo, no se deje llevar por aquello que supone sea la oscura belleza para los demás».
Se convierte gradualmente la historia de Yesi, la polaca, en un thriller que hace aflorar las agendas ocultas del grupo:«No soy ningún sabio», admite el narrador, «Apenas si sé algunas cosas más de las que saben ellos, de las que llevo escritas». Las muchas voces y estilos de los diferentes miembros de la banda nos aluden, junto a la imaginación del grupo constreñida por las restricciones.
Conscientes de que «la verdad, cuando uno escribe, siempre queda bastante lejos de las palabras que uno elige para contarla», descubrimos junto al creador de Miguel, biografía ficticia de Cervantes finalista del Premio Herralde, cómo ser resilientes en un universo represivo («ayudando al prójimo de otras formas, llenando no ya las heladeras sino las almas de los que tienen esas heladeras vacías»).
Aprendemos, junto a La banda de los polacos, a canalizar la ira y dejar que nos aleje de las disputas, permitiendo que los deseos se desarrollen sin vergüenza en «una vida de planes. De futuros posibles (…) Nada de presente». Se nos invita a detectar campos léxicos que nos permitan preocuparnos por los avatares: «[La Polaca] volvió a repetir para sus adentros que el amor iba a cambiar el mundo».
Navegar el mar de conflictos, haciendo que deseemos cambiar, hasta conseguir «un mundo que Dios le va a gustar bastante más que este mundo que tenemos». Expectativas de libertad se abren frente a esta guía a cargo del ensayista de Una lectura del Quijote (2004), que celebra la extraña magia de la narración, y lo que esta puede enseñarnos sobre el significado de estar alerta.
José de María Romero Barea
LA BANDA DE LOS POLACOS
Federico Jeanmaire
Anagrama, 200 pp., 17,90 €