Sal en la mirada
Migraciones, duelos del pasado, desencuentros emocionales atemporales y una galería de personajes desencantados en la deriva de su existir son algunos de los ejes de esta novela. Avándaro es la segunda entrega de una trilogía enraizada en el desarraigo del cambio, del viaje forzado, de la huella del errante. Gabriela Guerra, su autora, es una escritora cubana esteta, lírica y contenida, que conoce de primera mano el tránsito y la emoción. Quizá educar la mirada sea una de las intenciones más importantes del arte, aunque estas sean mero albur en la mente del lector. Aquí, desde luego, hay material para la reflexión y la catarsis.
Nos encontramos en esta novela, publicada por la joven y preciosista Editorial Traveler, una apuesta de futuro. Se trata de la pieza central de una trilogía sobre el desarraigo, el exilio y la crudeza de las migraciones, entre otras muchas cosas. Antes llegó Bahía de sal (Huso ediciones, 2017) y antes del verano de 2024 tendremos en las librerías la entrega final titulada Santa Cruz. Avándaro habla, además, sobre las cuitas universales que aquejan al ser humano, pues aborda cuestiones tan crudas como la violencia fronteriza o la desubicación que provoca el viaje forzado. Sexo y familia, pactos y aflicciones imaginarias y ciertas, búsquedas de identidades y abismos varios convierten a esta novela en un ejemplo nada desaforado del realismo mágico, esa corriente que muchos dieron por extinta hace tiempo, pero que reverdece en estas letras.
Estamos, considero yo, ante una novela torrencial. A pesar de su extensión breve (no tiene más de 190 páginas) logra galvanizar en su estructura dinámica las características subyugantes de la novela río. El ejercicio no es menor, pues requiere de técnica, pulso y voz propia. Gabriela Guerra las atesora todas. Solo hay que arrancar la lectura para darse cuenta de ello. Del mismo modo, podemos encontrar en esta obra una suerte de saga familiar, los Ibarra-Tolentino, que son el centro sobre el que basculan las tensiones de la narración. No obstante, lo que podría ser meramente reflexión o crítica social cobra aquí vuelo. El relato se presenta desde la perspectiva femenina de unas mujeres valientes y, a veces, sufridoras en sus carnes de las violencias y excesos de este espacio transfronterizo que es Avándaro. Este hecho no es baladí. No son tantas, a pesar de las alharacas ideológicas y propagandísticas, las obras en las que el relato femenino sea nuclear. Es más, parece un ejercicio de retórica extraña en estos tiempos de lo políticamente correcto, pero es cierto. La valentía no es colocar a una mujer en el centro, sino que la mirada femenina, con todo lo que eso tiene de imaginario, potencia y fertilidad, sea mollar. Bien, pues las féminas de esta saga lo logran, no sin despeinarse, pues sufren lo suyo, pero sí de manera clara. Apolonia, como maestra de ceremonias y alegoría de la resistencia vital a ultranza, es el elemento vertebrador de esta historia. Este relato, desde otro lugar lejano a las zonas de confort y a las ideas asentadas, cumple con una labor recuperadora y necesaria. Hay poética y revolución, frases eufónicas y sentencias aforísticas. Parece que todo es lo mismo, pero elaborarlo es complejo. Si es cierta aquella idea de que no hay ética sin estética, también lo es el hecho de que construir un discurso comprometido desde la belleza de las palabras es rizar el rizo.
Del mismo modo, hay un gran simbolismo en la elección de nombres, hechos y lugares. Tomemos, por ejemplo, estos últimos. Avándaro es un lugar utópico, pero también real, a mitad de camino entre la Macondo de García Márquez y la Icaria de los cabetianos, sin dejar de lado la impresión de estar hablando de un lugar vivo donde secuestros y feminicidios se entrecruzan con los anhelos de prosperidad de los migrantes. A pesar de todo ello, y de manera subjetiva, me quiero quedar con ese espacio mítico y de rasgos épicos hasta en sus miserias que entronca con la gran literatura comprometida y de aventura. No hay por qué no recordar ahora ejemplos señeros como el Kafiristán de Rudyard Kipling, el Innisfree de John Ford o la Avalón artúrica. Convertir los espacios en simbolismo es una propuesta de una fuerza narrativa muy especial. La semiótica solo puede dar vuelo a los textos.
Por otro lado, aquella máxima de que caminar transforma la espera en esperanza parece cobrar vida en las mujeres que pueblan Avándaro, pero que deben pugnar por dar sentido a sus vidas, sometidas al dolor y a la pérdida alienante del desarraigo y de la muerte. El recuerdo puede ser aquel lugar del que no hay exilio posible, pero el exilio no deja de ser una tierra de nadie. No es el lugar de acogida que se esperaba, pero tampoco se abandona nunca el origen lejano del que se partió. Esta desnaturalización queda representada en los periplos de una familia que sobrevive y sufre en esas tierras del desencanto que son los predios de Avándaro. El concepto de frontera, muy al estilo del western y del universo clásico, también está presente en la concepción de esta obra.
Juan Laborda Barceló
QL © Mujer Pájaro
AVÁNDARO
Gabriela Guerra Rey
Traveler, 130 pp., 18,95 €