Conrad en 1904. © George Charles Beresford/Dominio público.
Se celebra el 3 de agosto el centenario de la muerte del polaco Teodor Józef Konrad Korzeniowski, que firmó sus libros como Joseph Conrad adoptando el inglés como su lengua literaria.
Todo nace para Joseph Conrad en el agua y mirando al horizonte, en su trayectoria personal, y le llevará de la máxima acción al más puro sedentarismo; de vivir en un país hostigado por todo tipo de problemas a la placentera cotidianidad aislada en el campo inglés; de un intento juvenil de suicidio por sufrir un desamor a un matrimonio sin aspiraciones pero largo y fructífero. Es un ejemplo de dos vidas dentro de una misma vida: los hechos, los viajes por los océanos, fueron sustituidos por un escritorio. El primer obstáculo fue la orfandad: en la región ucraniana de Polonia donde había nacido en 1857, entonces ocupada por el ejército ruso, sus padres se habían consagrado a la lucha por la liberación, lo que les llevaría a ser condenados a trabajos forzados en Rusia y a morir en el exilio. Un tío, entonces, se ocupa del pequeño Teodor Josef Konrad Korzeniowski, en Kiev y Cracovia.
El futuro pronto fue para él incierto, tanto que mereció una huida: en 1874, ya ha subido a un barco mercante que parte desde Marsella hacia España con un cargamento de armas para los carlistas, y cuatro años más tarde es parte integrante de la flota inglesa. En esa existencia marina se va a ir formando como persona; observa, enfrente cada día, la manifestación del bien y del mal, la miseria y la esperanza, la decisión y el azar. ¿Qué le lleva a inclinarse por la escritura narrativa a los treinta y siete años? Hasta su muerte, en 1924, le esperan trece novelas, dos libros de memorias y veintiocho cuentos; una de esas obras, las quinientas páginas de Salvamento, lo acompañarán veintitrés años como una obsesión, en una reescritura mezclada de bloqueos creativos y prórrogas que se impone.
He ahí el lado más inquietante de una personalidad por lo demás exquisita: una irritabilidad, una autoexigencia creativa, que le conduce a una tensión doméstica continua contrasta con lo que dijo Virginia Woolf, quien se refería a un hombre «con los modales más perfectos, los ojos más brillantes, y que hablaba inglés con un fuerte acento extranjero». La escritora apuntó que Conrad fue el autor con mayor reputación de su tiempo en Inglaterra, aunque no llegara a ser popular, y afirma: «En Conrad no hay nada coloquial, no hay nada íntimo, y no hay ni rastro del sentido del humor, al menos según se entiende en Inglaterra. Y todos estos son importantes reveses en el caso de un novelista». Y ciertamente, qué decir de la densa solemnidad de El corazón de las tinieblas (1902), «acaso el más intenso de los relatos que la imaginación humana ha labrado», según Jorge Luis Borges, un libro tan extraño como susceptible de diversas y atemporales interpretaciones.
Misticismo marítimo
A este respecto, hay un precioso pasaje del propio Conrad en su Crónica personal (1909) donde reconoce que una vida como la suya, en sus inicios, en primera instancia tan alejada de los ambientes intelectuales, «no constituye la mejor de las preparaciones para dedicarse a la vida literaria». Pero entonces, se corrige: «Tal vez no debiera haber empleado la palabra “literaria”. Dicha palabra presupone un íntimo conocimiento de las letras, una mentalidad y un sentimiento de los que no me atrevo a declararme en posesión. Tan sólo amo las letras, bien que el amor por las letras no hace de nadie un literato, así como tampoco el amor por el mar hace de nadie un marino». Y aquí es donde queríamos llegar a parar: «Es muy posible que ame las letras del mismo modo en que un literato ame el mar que ve desde la costa, un paisaje de grandes esfuerzos y de grandes logros, que transforman el rostro de este mundo, la gran vía abierta hacia toda clase de países aún por descubrir».