Esta es la primera autora coreana en recibir el Premio Nobel, después de haber recibido otros de gran prestigio internacional.
Texto: Toni Montesinos
© Claudio Álvarez
Del concurso literario de primavera Seúl Shinmun, que se le otorgó en 1994, hasta el premio Nobel ahora: estos treinta años de andadura literaria llegan a la cumbre con el celebérrimo galardón para Han Kang (Gwangju, Corea del Sur, 1970), que de autora de éxito entre la crítica especializada, y con un gran despliegue internacional, merced a las treinta lenguas en que sus obras han sido traducidas, alcanza la universalidad absoluta, y que en nuestro país introdujo la editora Iolanda Batallé en la desaparecida colección Rata de Grup Enciclopèdia. El anterior hito en su trayectoria había sido más o menos reciente, la novela La vegetariana, que ganó en 2016 el Premio Booker Internacional. La acogida por esta novela fue extraordinaria, pues no en vano su planteamiento narrativo resultaba muy potente: Yeonghye, una esposa sumisa que contribuye a la buena marcha de un matrimonio estereotipado, da un giro a su vuelta definitivo cuando decide dejar de comer carne a raíz de unas inquietantes pesadillas que la han sorprendido en grado sumo.
Ya nada será igual en la cotidianidad de Yeonghye, que comete un acto prácticamente de rebeldía al decidir de modo unilateral que desde ese momento habrá en casa una dieta vegetariana. Con ello, descubrirá que, cual barco que ha de lanzar traste para llegar a la tierra ansiada más pronto y más plácidamente, ha de deshacerse de cosas superfluas y modificar su mirada ante la vida, que es en su caso sinónimo de querencia por el mundovegetal. Así las cosas, la novela de Kang también podía interpretarse como un cuestionamiento de nuestros estándares de vida, de las convenciones sociales en torno al mundo doméstico o de pareja, o al que impone un sesgo eminentemente masculino, cuando no machista. Visto así, su narrativa guardaría un trasfondo sociopolítico.
En este sentido, conviene conocer su novela Actos humanos, que también mereció reconocimientos como el Manhae Literary Award y el Korean Literature Novel Award. La autora echaba la vista atrás, hacia el pasado de su país, para traer a colación un momento infame en la historia de Corea: la masacre de Gwangju, esto es, el levantamiento popular, que ocurrió en 1980, en contra del dictador Chun Doo-hwan. De este modo, en la citada ciudad, el ejército sofocó una sublevación provocando miles de muertos. En el plano literario Kang llevaba al negro sobre blanco a siete personajes que padecían una presión acuciante por culpa de un ambiente opresivo, lleno de torturas, temores y toda clase de zozobras, en un contexto de desaparecidos y de supervivientes que arrastran un complejo de culpa por haber sorteado un destino fatal.
A Kang no le asustan los argumentos intensos y difíciles, sin duda, y conectan con el dolor humano, el físico pero también el de la memoria: «Algunos recuerdos nunca se curan. En lugar de atenuarse con el paso del tiempo, esos recuerdos se convierten en las únicas cosas que quedan atrás cuando todo lo demás se desgasta». «¿Es el hombre un ser cruel por naturaleza?», se pregunta una víctima, como destacó en su día, en un artículo de prensa, la crítica literaria Ángeles López. «¿Lo de la dignidad humana es un engaño y en cualquier momento podemos transformarnos en insectos, bestias o masas de pus y secreciones?», se respondía el personaje. Indudablemente, se nos aparecía en esta novela una visión de relativismo frente a la raza humana, que puede autodestruirse en matanzas inconcebibles que la alejan de todo sentir espiritual: «¿Cuánto tiempo permanecen las almas junto a sus cuerpos?», se decía un personaje.
Intensidad narrativa y emocional
«Intensidad narrativa, crudeza de hielo, incomodidad emocional, sensación de estar secándonos con toallas mojadas… todo ello provoca este relato sobre los límites de la crueldad y la perversión humana, pero contado la exquisitez de una bailarina que sabe hacer danzar sus palabras… aunque sean sangrientas.» Con estas palabras dejaba claro López que estamos ante una autora que quiere sorprender e inquietar al lector de continuo. Algo que consiguió en el siguiente libro que tuvimos al alcance en español, Blanco, compuesto de textos breves y reflexivos que empezaba con un listado de cosas blancas, como la nieve, el azúcar, la sal… Y es que aparte de estar ante una escritora que se enfrenta al momento presente, así como al pasado político coreano, nos encontramos frente a una suerte de poeta en prosa, capaz de relacionar un color con determinadas sensaciones, sentimientos o recuerdos. Y todo a partir de una muchacha que está de luto, pero curiosamente por una situación que no ha tenido lugar en realidad.
Mención aparte merece su novela La clase de griego, que apareció entre nosotros el año pasado, y que fue una nueva oportunidad para Kang de diseccionar la sociedad coreana y su violencia soterrada. El libro fue finalista del Booker International en 2018, por cierto; en este sentido, Kang es una autora privilegiada, pues también ha recibido el Premio Yi Sang, el Premio Artista Joven del Año, el 25.º Premio de Novela Coreana, el Premio de Literatura Hwang Sun-won y el Premio de Literatura Dong Ri. Un buen currículum de parabienes a la hora de presentarse frente a los alumnos a los que dio clases en el departamento de Escritura Creativa del Instituto de las Artes de Seúl, donde trabajó hasta 2018. En estas páginas, una mujer precisamente asistía a clases de griego antiguo pero sin tener ya la capacidad del habla; de esta manera, introducirse en una lengua muerta constituye una especie de cura. En paralelo, el profesor iba quedándose ciego, de tal modo que Kang presentaba dos tipos de soledad y desolación, a través de una prosa cuidada y de ritmo paciente y a la vez intenso, tan propio de la literatura asiática.
Tal vez el gusto por la palabra lo más exacta posible lo aprendió de su admirado Jorge Luis Borges (en el que pareció basarse la escritora para la invención de su maestro ciego), o de la literatura hispanoamericana en general (César Vallejo, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez o Manuel Puig), que tanto le ha inspirado, según sus propias palabras. En todo caso, ha alcanzado una narrativa que destaca por una combinación de hermosura y dolor, y sobre todo, de incertidumbre humana, intrínseca y atemporal: «El mundo es una ilusión y la vida es un sueño -murmuré para mis adentros. Sin embargo, mana la sangre y brotan las lágrimas», afirma la protagonista de La clase de griego, dedicada a expresarse mediante la vía más exquisita, la poesía, el primer género literario que cultivó la última premiada por la Academia Sueca.
Toni Montesinos