El contexto histórico y el relato del suceso que se narra en La huella de una carta.
Rosario Raro
La campaña de comunicación más exitosa de este país duró treinta y siete años: desde 1947 hasta 1984. Su objetivo era visibilizar una marca: la línea de cosméticos del instituto de belleza Francis a través del consultorio que se emitió primero en Radio Barcelona, propiedad de la Cadena Ser, y a partir de 1966 en Radio Peninsular de RNE.
Ramón Barbat, director de Radio Barcelona e impulsor de los premios Ondas, le habló a su amigo José Fradera Butsems, propietario del Instituto de belleza y del laboratorio Francis, de los enormes beneficios que podría proporcionarle la publicidad en radio de su empresa a través de aquel formato de media hora de duración durante el que se daría respuesta a las consultas de las oyentes sobre cuestiones de estética y cuidado personal.
En pocos días comenzó a sonar en los receptores de Cataluña la hipnótica melodía Indian Summer compuesta por el norteamericano de origen irlandés Victor Herbert. Esta sintonía, con los años, devendría indisociable del programa. Sus primeras notas ya parecían propiciar la entrada en trance de las atentas radioyentes.
A la consejera ficticia le prestaron su voz cinco locutoras distintas. Y le dio nombre Francisca Elena Bes Calvet, la dueña, junto con su esposo, de la empresa patrocinadora. A propósito de la invención de este personaje dice el semiólogo y comunicólogo Gerard Imbert en su libro de 1982 Elena Francis, un consultorio para la transición: «Elena Francis no es más que un simulacro, un fetiche; pero se trata de un simulacro en el que en realidad no existe ni siquiera estafa. Elena Francis es su voz simplemente, una voz hecha carne que no necesita de encarnación personal. Existe realmente, socialmente, como representación ideológica, como hecho del lenguaje. Y no se puede hablar en este caso de una usurpación de identidad, sino de una creación ficticia de identidad”.
El éxito del consultorio llegó cuando entre las vidas de santos, las efemérides, los poemas recitados y las consultas de belleza comenzó a intercalarse alguna carta de índole sentimental.
Pilar Alonso Márquez en una publicación de este mismo año, El consultorio de Elena Francis. Mujeres durante el franquismo, dice: “En la década de los cincuenta, la mayoría de esas cartas provenían de señoritas de clase media, las únicas que sabían leer y escribir. En los sesenta dominaron la correspondencia las mujeres urbanas, de clase media o trabajadora: sirvientas, oficinistas, amas de casa, dependientas… emigrantes o hijas de emigrantes con un nivel de alfabetización deficiente”.
A Elena Francis le preguntaban sobre cualquier tema: la dirección del consulado de Suiza, las señas del actor Rock Hudson para escribirle, por una escuela de cine, por un filtro, a la manera medieval, para olvidar a una persona, por la biografía de una reina, por los ingredientes de una receta, cómo ser escritor incluso. A quienes ya tenían escrita una novela les recomendaba que para evitar pagar la edición la presentaran al premio Reina Elisenda, al Nadal, al Planeta o al Ciudad de Barcelona… todos estos datos que proporcionaba se pueden equiparar a la información que ahora en segundos nos devuelve un buscador en internet.
Del millón de cartas que se encontraron en una masía de Cornellà, propiedad de los dueños del instituto Francis, se trasladaron unas setenta mil al Arxiu del Baix Llobregat de Sant Feliu. Fueron las únicas que se salvaron de la humedad y la erosión del tiempo. De ellas se han digitalizado hasta la fecha unas diez mil.
Junto a las consultas epidérmicas (no solo porque se trataba de saber qué crema usar en cada caso y en cada parte del cuerpo, sino por su superficialidad) hay, en cambio, muchas otras que relatan todo lo que la censura impedía que se emitiera porque ponía en primer plano temas escabrosos y sobre todo muy incómodos para los valores que preconizaba el régimen: se apartaban todas aquellas que trataban sobre la homosexualidad, el incesto, la violencia en el hogar, la infidelidad de la mujer, el abuso de menores, los embarazos que terminaban con un aborto provocado… Era la época en la que el nacionalcatolicismo controlaba hasta los detalles más nimios de la vida de los españoles.
Estas cartas, que dentro de sus sobres aún parecen latir, constituyen un testimonio excepcional; en ellas ha quedado inscrita con una minuciosidad conmovedora, la dolorosa intrahistoria de este país aislado durante los años del franquismo, cuando la libertad era una quimera. Como ejemplo de este adoctrinamiento, —la represión moral era su efecto—, se puede leer la Guía de la Buena Esposa, firmada por Pilar Primo de Rivera y publicada en 1953 por quien fue la fundadora y dirigente de la Sección Femenina de Falange. Es bastante más que un decálogo y no solo porque contenga once puntos. Incluyo solo algunas líneas como muestra de las indicaciones que se les daban a las mujeres para que cumplieran con todo lo que era “propio de su condición”:
“1) Ten la cena lista. (…) La mayoría de los hombres están hambrientos cuando llegan a casa. (…)
2) ¡Luce hermosa! Descansa cinco minutos antes de su llegada para que te encuentre fresca y reluciente.
3) Sé dulce e interesante. (…) Una de tus obligaciones es distraerlo.
4) Arregla tu casa. Debe lucir impecable. Haz una última ronda por las principales áreas de la casa, justo antes de que tu marido llegue (…)
5) Hazlo sentir en el paraíso. Durante los meses más fríos del año debes preparar la chimenea antes de su llegada. (…)
6) Prepara a los niños. Cepíllales el cabello, lava sus manos y cámbiales la ropa en caso de ser necesario. Son sus pequeños tesoros y él los querrá ver relucientes. (…)
7) Minimiza el ruido. (…)
8) Procura verte feliz (sic) (…)
9) Escúchalo. (…) Déjalo hablar antes, recuerda que sus temas son más importantes que los tuyos.
10) Ponte en sus zapatos. No te quejes si llega tarde, si va a divertirse sin ti o si no llega en toda la noche. Trata de entender su mundo de compromisos y presiones, y su verdadera necesidad de estar relajado en casa.
[El anterior lo incluyo completo porque como sucede en los otros mandamientos, este los resume todos].
Y por último:
11) ¡No te quejes! No lo satures con problemas insignificantes. Cualquier problema tuyo es un pequeño detalle comparado con lo que él tuvo que pasar.
¡Una buena esposa siempre sabe cuál es su lugar!”
Eran las mismas consignas que el consultorio de Elena Francis transmitía: se les recomendaba resignación y paciencia en sus travesías de penitentes por este valle de lágrimas, según el verso de la Salve. Se defendía a ultranza el matrimonio, concebido como la unión más sagrada y única que legitima las relaciones entre hombres y mujeres.
Pero además de las respuestas redactadas por los guionistas radiofónicos para que se emitieran, estaban las otras contestaciones: las que no se transmitían por las ondas. Estas se escribían en casas particulares de Barcelona, y después, sus autoras anónimas las entregaban en la empresa de los Fradera. En estas el control de la censura era menor porque tenían una sola destinataria.
Llegaron a recibirse quinientas cartas al día, unas quince mil al mes durante el tiempo de mayor popularidad del programa. Los dueños del instituto Francis consideraban que para mantener la excelente reputación de su negocio era necesario que no se dejara ninguna sin contestar.
Nuria Somport, la protagonista de La huella de una carta, es una de estas redactoras anónimas desde que una tarde de mayo de 1962 acude al número cincuenta y seis de la calle Pelayo de Barcelona después de leer en la prensa un anuncio que comenzaba diciendo: “¿Te gusta escribir?”. Se convierte en una de las colaboradoras más eficientes de los dueños de esta empresa cosmética. Como cualquier otra mujer de su época, no podía poseer una cartilla de ahorros propia, viajar al extranjero sin el permiso del marido, se la trataba en ocasiones como si fuera menor de edad… y veía su vida limitada por otras tantas imposiciones tanto fuera como dentro de su casa. A pesar de que ya se estaba extendiendo, (porque convenía a la economía del desarrollismo), la noción de “la mujer moderna”, —aquella que sin dejar de ejercer a la perfección como esposa y madre, era capaz de usar los electrodomésticos, además de trabajar fuera del hogar y lucir una apariencia de revista—.
Dice Pilar Alonso, en la publicación antes citada, que lucir “una figura ideal y un cutis perfecto” era el “medio de alcanzar la felicidad y el éxito social”. En esta novela, Nuria quiere cumplir con ese canon, pero la imposibilidad de conciliar un trabajo fuera de su hogar con la crianza casi a solas de sus hijos le impide encajar en ese molde.
En este contexto tan opresivo para la sociedad española sucede una catástrofe que tiene mucho que ver con la injerencia (continua y a todos los niveles) en el cuerpo de la mujer. El periodista Harold Evans en un documental titulado Attacking the Devil: Harold Evans and The Last Nazi War Crime (Morris & Morris, 2014) ha comparado la tragedia a la que me refiero, lo sucedido con la talidomida, con el desastre producido por el escape de una sustancia química en una fábrica de pesticidas en Bhopal, con la nube radiactiva que devastó Chernóbil e incluso con el hundimiento del Titanic. Todos ellos sucesos muy dramáticos que produjeron un enorme número de víctimas en tiempos de paz. También lo sucedido con la talidomida, el medicamento recetado a las embarazadas para mitigar las molestias de su estado, fue una hecatombe de dimensiones internacionales. Pero además, en el caso de este compuesto químico hubo algo demoledor: a pesar de que sus fabricantes conocieron sus perniciosos efectos secundarios a través de las evidencias científicas que les mostraron dos investigadores de la Clínica Universitaria de Hamburgo, Claus Knapp y Widukind Lenz se negaron a retirarlo del mercado.
Así lo cuenta el periodista especializado en salud, Emilio de Benito, en esta entrevista al radiólogo Knapp en El País del 20 de octubre de 2013:
«Por la tarde, tras salir de la clínica, cogían el coche de Knapp y visitaban una a una a las madres de esos niños. “Era muy duro porque estaban muy afectadas”, recuerda. Lenz era “el inteligente, yo el listillo”, resume Knapp. Tan inteligente era el alemán que, pese a que hicieron el trabajo al alimón, él fue el que quedó en la memoria. “No me importa. Yo estaba esperando un hijo y lo que quería era volver a España”. [Como dice el periodista: “el nombre engaña, a sus 85 años Claus Knapp es puro madrileño”. En estos momentos tiene 89 años, goza de muy buena salud y es el último testigo científico y directo de lo sucedido]. Pero Knapp también era “el meticuloso, algo que había aprendido en el Colegio Alemán de Madrid, donde estudié antes de la Guerra Civil”. Pese a la formación de Lenz, pronto descartaron el factor genético. “Los casos aparecían en familias sin antecedentes. Y no había antecedentes: solo encontramos un caso similar, en un libro de dibujos de 1806 de Geoffroy Saint-Hilaire”».
Los fabricantes de este fármaco distribuyeron esta sustancia teratogénica (literalmente, que engendra monstruos), entre una población sobre la que tuvo el mismo efecto que las bombas: la muerte y la amputación de miembros. Pero no solo por este motivo se ha denominado a lo sucedido con la talidomida “el último crimen de guerra nazi”. Parece que hay mucho más que apunta en esa dirección. Sus consecuencias, setenta y dos años después de la contienda bélica, aún permanecen en quienes sobrevivieron a ese ataque químico dentro de sus madres, en el lugar donde se fragua la vida.
La huella de una carta tiene un marcado carácter social porque se suma a la labor de rescate que sobre todo desde AVITE, la Asociación de Víctimas de la Talidomida en España, se está llevando a cabo para sacar a la luz estos hechos terribles, intencionada e injustamente silenciados. Es un homenaje a quienes son capaces de enfrentarse a la codicia desaforada de algunos emporios que consideran la pérdida de vidas humanas, y el dolor, en general, como una variable más del mercado.
Saber que mis personajes tienen un correlato real reconforta. Ellos son la evidencia de que, a pesar de todo, los héroes no solo habitan y alimentan, atemporales, la mitología, sino que algunos de quienes detuvieron la tragedia de la talidomida, a día de hoy: 22 de mayo de 2017 aún viven.
Gracias a todos los que todavía y a pesar de los pesares creéis que merece la pena luchar para salvaguardar el bien común o al menos nuestra supervivencia como especie.
Esta cita que encabeza la novela resume ese propósito, que es, sin lugar a dudas, épico:
Godofredo, barón de Ibelín:
“No muestres temor cuando estés ante el enemigo.
Sé valiente y recto para que Dios te ame.
Di la verdad siempre aunque te conduzca a la muerte.
Protege a los indefensos y sé justo.
Este es tu juramento.
¡Álzate como caballero!”
El reino de los cielos, Ridley Scott (2005),
guion de William Monahan.
Rosario Raro*
es doctora en Filología, escritora, profesora de Escritura Creativa en la Universitat Jaume I y autora de la novela La huella de una carta (Planeta, 2017).