Por José Miguel Parra
La civilización egipcia tiene una potente presencia en el imaginario colectivo: rememora aventura, color, misterio. Nada sustituye visitarla in situ pero a veces olvidamos que, sin ir tan lejos, podemos sumergirnos en ella gracias a pequeñas joyas como el Museo Egipcio de Barcelona, cuya alma es el empresario Jordi Clos.
Hasta fechas bastante recientes, de algún modo, España siempre parece haberse quedado al margen del mundo egiptológico. Esto puede deberse a nuestra turbulenta vida política durante el siglo xix, que obligó a los posibles eruditos hispanos a estar más preocupados por el desarrollo general del país que por subirse al carro del desarrollo de una ciencia que no hacía sino comenzar. Como ejemplo baste decir que el año después de que Champollion descifrara los jeroglíficos, 1822, en España entraban los Cien Mil Hijos de San Luis dispuestos a restablecer el absolutismo de Fernando VII. Claro, que cuando entre 1842 y 1846 Richard Lepsius recorría Egipto tomando nota de cuantas inscripciones hallaba y echando mano de todos los monumentos que podía para las colecciones reales prusianas, España se veía sacudida por las dos primeras guerras carlistas y la llegada al trono de Isabel II. Tiempo después, cuando la egiptología se estaba consolidando como ciencia y campo de estudio a finales del siglo xix, España andaba perdiendo el imperio… Y así siempre, hasta que el estudio del antiguo Egipto terminó convertido en anatema en el mundo universitario hispano, una curiosidad que algunos profesores mencionaban en sus clases, pero que no cabía comparar con el estudio de griegos y romanos que dominaban los estudios del mundo antiguo.
Lo curioso es que durante todo este tiempo siempre hubo españoles interesados en la civilización faraónica. En el siglo xviii, Lorenzo Hervás y Panduro realizó un interesante intento de desciframiento de los jeroglíficos. En 1824, cuando la colección Drovetti llegó a Turín como núcleo inicial del Museo Egipcio de la ciudad, Luis Usoz andaba por allí para ordenar una copia del Papiro erótico. Y cuando en 1886 se descubrió la primera tumba del cementerio de Deir al-Medina, la de Sennedjem, ahí estaba el cónsul español en Egipto, Eduardo Toda, quien recibió de su amigo Gaston Maspero (a la sazón director del Servicio de Antigüedades) el encargo de dirigir su excavación. No obstante, el paso definitivo fue, sin duda, la participación española en la campaña de salvamento de los templos nubios, que nos valió el regalo de buena voluntad del pueblo egipcio del templo de Debod y una concesión arqueológica en Ehnasya al-Medina (la antigua Heracleópolis Magna).
Desde entonces, la egiptología en España ha terminado de consolidarse y ya contamos profesores universitarios e investigadores que publican en las mejores revistas científicas de la especialidad. Al mismo tiempo, instituciones privadas como el Museo Egipcio de Barcelona han ayudado a poner al alcance de todos una interesante colección de piezas faraónicas, que no hace sino difundir entre el gran público el interés por la egiptología al tiempo que ayuda a saciar su curiosidad por una cultura tan atractiva como la del valle del Nilo.
La Fundación Arqueológica Clos fue creada oficialmente en 1993; pero la colección de piezas egipcias de su patrón, Jordi Clos, existía desde años antes. Finalmente, el número de piezas terminó por adquirir tal volumen que mereció su exposición pública, para lo cual creó el Museo. En un principio, éste se encontraba situado en la rambla de Cataluña, pero en el año 2000 se trasladó a su sede actual, en el número 284 de la calle Valencia, en pleno centro de la ciudad. Fue un traslado más que necesario, que supuso ampliar en más siete veces la superficie expositiva, que pasó a ser los 2.000 m2 actuales; circunstancia que permitió triplicar el número de objetos expuestos.
El desarrollo museográfico de la colección del Museo (de cuya conservación se encarga Luis Gonzálvez) prefiere prescindir del recorrido cronológico para agrupar las piezas de tal modo que expliquen aspectos concretos de la civilización egipcia, lo cual permite al visitante hacerse una idea de la cultura material del valle del Nilo. La colección se distribuye en dos plantas del museo, en cada una de las cuales hay cinco grupos temáticos. En la planta de acceso tenemos el mundo físico, donde nos encontramos en primer con “El faraón”, donde hay piezas tan relevantes como un fragmento de talatat de época amárnica en el que vemos un relieve policromo del faraón Akhenatón realizando una ofrenda floral al dios Atón, pero también una interesante estatua de Ramsés III. En la sección “Cargos y personajes” destacan una estatua de madera de un noble de la vi dinastía, así como una estatua-cubo ofrendada por el escriba Huy durante la xviii dinastía; mientras que en el apartado “Joyería” sobresale una cabeza de oro de Baja Época del dios Osiris, que junto a un anillo del mismo metal precioso perteneciente a Sa-Neith (xxv dinastía) muestra las habilidades de los orfebres faraónicos. En cuanto a la “Piedra y la cerámica”, un cuenco de granodiorita de la i-iii dinastía llama la atención por su simple belleza. Finalmente, “Cosmética y erotismo” nos ofrece algunos amuletos ptolemaicos con enormes falos y una cama de madera (muy reconstruida) de la época tinita.
En la primera planta, en cambio, el visitante accede al mundo ideológico de los habitantes del valle del Nilo, y puede deleitarse con las “Creencias y prácticas funerarias” de los egipcios, representadas por unos vasos canopos de la época saíta y una deliciosa momia de gato ptolemaica, entre otras cosas. El recorrido por la cultura de la muerte continúa con “Las dependencias funerarias”, que contienen un precioso ataúd de la dinastía xii perteneciente a Knumhotep, acompañado por una maqueta funeraria de un barco de esa misma época. Sin duda uno de los puntos fuertes del museo es “La capilla de culto”, donde además de una reproducción a escala real de la capilla de Nakht se puede ver la capilla de Iny, de la vi dinastía, reconstruida con sus elementos originales. Este recorrido por el mundo ideológico continúa con “El culto en los templos”, donde destaca un relieve del dios Amón del Reino Nuevo, y finaliza con los “Dioses de Egipto”, con estatuillas principalmente tardías de dioses como Tueris, Bastet, el toro Apis…
Se trata de un recorrido muy informativo, que suele complementarse con las diferentes exposiciones temporales para las que está destinada una parte de la planta inferior del edificio. Allí se han celebrado con gran éxito exposiciones como Palabras Divinas, Joyas de los Faraones, Damas del Nilo, La Momia de Oro o la fotográfica, Tutankhamón: Imágenes de un Tesoro Bajo el Desierto Egipcio, Osiris, dios de Egipto o la actual Animales Sagrados del Antiguo Egipto. Esta labor de divulgación de aspectos concretos del mundo faraónico no termina con la propia exposición, pues continúa en los excelentes catálogos que se publican de las mismas y los ciclos de conferencias complementarias donde acuden especialistas en la materia.
El objetivo de la Fundación Arqueológica Clos no se limita a la presentación al público de objetos de mayor o menor antigüedad en el Museo, sino que incluye una gran labor de formación, con cursos especializados que desde su inauguración han acogido a más de 100.000 alumnos en todos los niveles. Alumnos que pueden utilizar durante sus estudios la importante biblioteca especializada del Museo, compuesta por más de 10.000 volúmenes, entre los que destacan joyas bibliográficas como una segunda edición completa de la Description de l’Égypte, la obra que dio la señal de salida de la actual egiptomanía occidental.
Asimismo, el Museo Egipcio de Barcelona, dirigido por Maixaixa Taulé, traslada su interés por la cultura egipcia hasta el propio valle del Nilo, donde presta medios logísticos, técnicos y humanos para la realización de diversas misiones arqueológicas, algunas de ellas en colaboración con importantes instituciones culturales europeas.
La primera excavación arqueológica tuvo lugar en Oxirrinco, una importante ciudad grecorromana del Egipto Medio. Se prolongó durante tres campañas, entre 1992 y 1994, en colaboración con un equipo de la Universidad Autónoma de Barcelona, que continúa con la excavación. En otras dos campañas estuvo la Fundación Clos excavando en Nubia, en la necrópolis de Gebel Barkal, entre 1995 y 1996, donde se descubrieron dos enterramientos reales napateos. Un nuevo traslado al norte de Egipto situó al equipo de la Fundación estudiando y restaurando varias de las principales mastabas de la necrópolis de Meidum (las de Nefermaat y Rahotep) entre 1997 y el 2004. Finalmente, en colaboración la Universidad de Tübingen, el equipo del Museo ha estado excavando entre el 2006 y el 2014 en Kom el-Ahmar. Su tarea, que va en paralelo a la dirigida por la alemana Beatrice Huber, se centra en la excavación y documentación de la llamada necrópolis principal de Sharuna y se ha visto interrumpida en los últimos años por motivos de seguridad. Como es lógico, estas tareas arqueológicas se ven complementadas con la publicación de los resultados de la misma, con libros como En busca de los faraones negros y diversos artículos especializados. Una divulgación editorial que se completa con la edición de monografías como Damas aladas, Historia militar de Egipto durante la xviii dinastía y actas de congresos como Culturas del valle del Nilo. Se trata, como vemos, de una ingente labor cultural que le ha valido a Jordi Clos importantes premios, como el Mont Blanc de la Cultura de 1997.
En resumen, el Museo Egipcio de Barcelona es uno de esos lugares que conviene visitar, pues no son muchas las colecciones de objetos egipcios que hay en España más allá de la de alguna envergadura que se expone en el Museo Arqueológico Nacional.
*José Miguel Parra es doctor en Egiptología y autor de numerosos libros de investigación. Sus dos últimas obras son La vida cotidiana en el antiguo Egipto (La Esfera de los Libros) y Eso no estaba en mi libro de historia del antiguo Egipto (Almuzara)