LA REALIDAD TAN TEMIDA QUE NOVELÓ JUAN GOYTISOLO
Por J. ERNESTO AYALA-DIP*
Siempre hay una escritura oficial, junto a la cual malvive otra extraoficial. O extraterritorial. En todos los tiempos, la institución literaria sella a cal y canto cualquier rendija por donde pueda colarse una ingerencia renovadora. La escritura tiene sus inercias. Con la forma novelística sucede otro tanto. Durante gran parte de la década de los sesenta, en España, la novela aceptó el sistema de representación realista. Era un sistema que conjugaba algo así como el compromiso político con una corriente estética determinada. El realismo social (que en el fondo era el realismo socialista de cuño estalinista) en España tenía en la descripción de las condiciones de censura (la obra de Juan Goytisolo fue prohibida en España hasta 1975, año de la muerte del dictador) y represión ideológica (acompañada de la represión y la tortura física) de amplias capas sociales, una excusa ineludible para el desenvolvimiento de todos los presupuestos estéticos que no fueran los catalogados como pequeños-burgueses o desviacionistas. En este contexto hay que leer la irrupción de Juan Goytisolo en el panorama de la narrativa española. Y sustancialmente la publicación en 1966 de Señas de identidad, donde habla abiertamente de su condición de homosexual (el escritor barcelonés fue un infatigable defensor de las minorías, de los derechos de la mujer y de la lucha contra la xenofobia). Pero antes, el autor de Campos de Níjar tuvo también su etapa comprometida, cifrada fundamentalmente en la lectura y la admiración por autores como Gramsci, Brecht y Sartre. A este período de alineación con los popes del compromiso radical le siguió un paso intermedio entre el realismo y la experimentación. Estamos hablando de los años de la novela objetivista, y esta provisional postura estética queda consignada en su ensayo Problemas de la novela (1959).
Creo que no perdemos el tiempo si hacemos un breve repaso a este ensayo, Problemas de la novela, que curiosamente se publica el mismo año (y en la misma editorial) en que se publica La hora del lector, de Josep Maria Castellet. Digamos antes que Juan Goytisolo fue un escritor e intelectual en la línea en que lo eran por su época los escritores franceses y europeos en general. Hablamos de Camus, Pavese, Sartre, Claude Simon, Günter Grass, Malraux, Genet, Nathalie Serraute, Doris Lessing. Su formación cultural y su imaginario ficcional eran esencialmente cosmopolitas, y con una sola nacionalidad reconocida por él mismo: la cervantina. La vida de Juan Goytisolo, entre los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, coincide con periodos narrativos muy propensos a la discusión teórica, cuando no abiertamente en el terreno ideológico. Estamos en el periodo inmediatamente posterior a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial. Estamos en el apogeo de sus consecuencias más directas: la Guerra Fría. Las hostilidades en el terreno político e ideológico se reflejan casi instantáneamente en el terreno estético, afectando a la literatura (narrativa, teatro y poesía) y a los respectivos paradigmas, tan beligerantes en el uno contra el otro. En este contexto estético-formal y político (con el agravante de que mientras en España se sufre una cruel dictadura, en el resto de Europa se consolida la democracia, interrumpida por los fascismos de los años treinta), hay que leer libros como Problemas de la novela. De la misma manera, pero en su nivel teórico correspondiente, hay que hacerlo con La hora del lector. Quien mejor supo tratar este asunto en la obra de Juan Goytisolo fue el estudioso Gonzalo Sobejano en su ensayo Novela española de nuestro tiempo (En busca del pueblo perdido). Sobejano destaca el carácter programático del libro de Goytisolo, en detrimento de un explícito nivel teórico, cuestión que no interesaba tanto al novelista barcelonés. En el contexto de ese propósito explicativo, nuestro autor replica los reproches que se le hizo en su momento. El autor de Juan sin tierra estrechó lazos con el objetivismo y las exigencias sociales de la novela de por entonces. Estamos en las postrimerías de los cincuenta y principio de los sesenta. La colmena, Los bravos y El Jarama definen, cada una en sus respectivos niveles formales y estilísticos, el nuevo paradigma narrativo de los sesenta hasta muy entrado los setenta. Estamos hablando del «objetivismo narrativo» o «escuela de la mirada». Tengo que añadir que por los mismos años, muy lejos de España, Ernesto Sábato arremetía desde Buenos Aires contra el noveau roman, en su beligerante y encendido ensayo El escritor y sus fantasmas (1963), es decir, contra los mismos presupuestos que defendían juntos Juan Goytisolo y Josep Maria Castellet. Sobejano enumera los tres reproches de que se vio obligado a defenderse Goytisolo. Éstos eran: falta de contenido ideológico, carencia de análisis psicológico de los personajes y ausencia de intención o mensaje. Por ello es pertinente que Sobejano, en el mismo ensayo que citamos, mente a Ortega y Gasset. En Ideas sobre la novela, el pensador español dice que la novela moderna, la que se leía hacia 1925, no nos interesa por lo que pasa sino precisamente por aquello que no pasa. Ortega apela a la novela sin argumento. Aquí está en germen el paisaje humano (o deshumanizado, que diría años más tarde Sabato) del noveau roman que defenderá a capa y espada Juan Goytisolo.
En Señas de identidad, los tres epígrafes que el autor utiliza bien podrían servirnos de guía para rastrear el calado moral (o amoral, según las exigencias de las instancias católicas de la España de la época) de la novela: Francisco de Quevedo, Mariano de Larra y Luis Cernuda. Cada uno haciendo sus ajustes de cuentas con la España oficial que les tocó en mala suerte sufrir. Juan Goytisolo cree necesario renovar el discurso narrativo. Cambiar el paradigma imperante. Para ello se impone el autor barcelonés la inclusión de reflexión, la discusión política. La digresión, que contadas veces fue bien entendida por los críticos literarios de su tiempo, la dispersión de los asuntos y las tramas (con piezas desgajadas de su totalidad), la pluralidad de voces (la primera, la segunda y la primera del plural), la yuxtaposición de estratos sociales (se trataba al fin y al cabo de radiografiar y sentenciar la realidad nacional, no sólo respecto a los vencedores sino también respecto a los vencidos, a los que se ve como acomodaticios en el régimen tiránico). La novela tiene un eje narrativo en la conciencia de Álvaro Mendiola, el hijo de terratenientes que estudia en Barcelona y luego se marcha a París. La impronta autobiográfica, que la tiene, la camufla el autor con el rigor y la riqueza ficcionales que exigía semejante empresa.
En los próximos años a la publicación de esta novela angular en la historia de la literatura española de la segunda mitad del siglo veinte, como lo fueron Nada, Tiempo de silencio y El Jarama en sus respectivas etapas histórico-literarias, le siguieron en 1970 Reivindicación del conde Don Julián y en 1975 Juan sin Tierra. Intertextualidad, autoreferencialidad, mutación de psicologías y espacios narrativos conforman la biografía de esa especie de alter ego de Juan Goytisolo que es Álvaro Mendiola. Hoy es fácil decir de una novela que es una obra abierta. En los años en que se publicó Señas de identidad, siguiendo la nomenclatura narratológica de Umberto Eco, suponía un serio desafío a las rígidas reglas de la composición novelística. Pero de eso se trata en definitiva. De una obra abierta, no sólo porque no se cerraba como exigía la preceptiva al uso, sino porque abría, además, uno de los caminos más ricos e impredecibles de la moderna novela española. Señas de identidad removía los cimientos de la institución literaria de su tiempo. Pero lo hacía comprometiendo en su trasgresor viaje, al concepto mismo de recepción literaria. Con novelas de este calibre formal y ético, Juan Goytisolo prepara el nacimiento de un nuevo perfil de lector en nuestro país. Así acaban reuniéndose Goytisolo y Castellet. Uno dinamita el confort narrativo, mientras el otro prepara al lector ideal para la empresa dinamitadora.
La última novela de Juan Goytisolo fue El exiliado de aquí y allá. Aquí la empresa narrativa no tiene que apelar a ningún golpe de timón. Esa operación de desmantelacion del discurso oficial de la ficción ya se hizo en su tiempo. Ahora se trata de ensayar la alegoría. Aprehender las diversas patologías sociales, mentales, ideológicas y religiosas que superpueblan el mundo y elaborar con ella el discurso narrativo que se pueda y se debe sobre la rabiosa sociedad contemporánea. Juan Goytisolo se despide de la novela con nuestro presente histórico como motor de desilusión, y el dolor inconsolable que produce la infinita estupidez humana.
*J. Ernesto Ayala-Dip es uno de los decanos de la crítica literaria en lengua española. Acaba de publicar Dos décadas de narrativa en castellano (Huerga & Fierro, 2017), un compendio de sus mejores reseñas de cuarenta años de oficio.