por Jorge Traver
El término Modernismo, en castellano, se aplicó a las nuevas tendencias surgidas como consecuencia del inconformismo y la rebeldía creativa en el arte durante el último tercio del siglo XIX. Utilizado de modo despectivo en un primer momento, fue Rubén Darío quien con más orgullo asumió tal designación y la transformó en algo grande, definitivo, un verdadero punto de inflexión literario.
Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916), cuyo verdadero nombre era Félix Rubén García Sarmiento, vivió enteramente dedicado a la literatura y, de manera especial, a la poesía. Cultivó todos los géneros a excepción del teatro, y llevó a uno de ellos, el poema en prosa, a un grado de brillantez jamás antes alcanzado.Escribió, además, notables cuentos e innumerables crónicas periodísticas que reuniría a lo largo de su vida en distintos volúmenes. Su vida, viajera desde la más tierna infancia y que le llevó incluso a desempeñar algunas misiones diplomáticas, tuvo una influencia notable en su literatura. Su genio se puso pronto de manifiesto: lector precoz, comenzó a escribir antes de los diez años, y a los trece ya se publicó en un periódico una elegía suya llamada Una lágrima.
Como poeta, tal y como recoge José Olivio Jiménez en su maravilloso libro Antología crítica de la poesía modernista hispanoamericana, Darío “asume magistralmente los hallazgos de los primeros modernistas (…) y lleva paralelamente el lenguaje poético a una cima de esplendor no conocida desde Góngora”. Sin quererlo, y especialmente tras la aparición de Prosas profanas, se convirtió en el máximo representante del nuevo movimiento literario, algo a lo que se resistió y que no reconocería de modo abierto hasta pasados los años, cuando resultaba ya evidente que su magisterio había sido seguido por innumerables poetas a ambos lados del océano Atlántico.
Así, en México Manuel Gutiérrez Nájera fundaría la revista Azul, claro homenaje al poeta, y en España sería el principal inspirador de un formidable grupo de poetas modernistas entre los que se encontraban Antonio Machado, Valle-Inclán y Juan Ramón Jiménez. Su influencia será notable también en países como Cuba, Argentina o Perú.
Su estilo y su obra
Rubén Darío renovó el lenguaje poético, y esto que dicho así no parece tan importante, supuso uno de los mayores puntos de inflexión de la historia de la literatura: utiliza campos semánticos que tienen distintas connotaciones, como el de las flores y el refinamiento (jazmines, magnolias, crisantemos…), el de las piedras preciosas (topacio, esmeralda, rubí…), el de la música (lira, arpegio, violonchelo…) o el de los materiales de lujo (mármol alabastro, porcelana…). Asimismo, maneja con elegancia los mitos griegos y romanos (Afrodita, Venus, Orfeo, Apolo…) y se inventa neologismos que pasan a formar parte del lenguaje (canallocracia, pitagorizar…).
Dicha evolución del lenguaje es fácilmente reconocible a través de la obra del poeta, que fue por otro lado muy claro al referirse a ella: consideraba su obra Azul “el comienzo de la primavera” y Prosas Profanas su “primavera plena”, mientras que se refería a Cantos de vida y esperanza como “el otoño”.
Azul
Libro de difícil clasificación, pues contiene poemas y cuentos escritos durante los años que el escritor pasó en Chile y que fueron apareciendo en la prensa, se publicó por primera vez en 1888. Algunos años más tarde habría una segunda edición, corregida y aumentada, que es la que suele manejarse. Este libro suele tomarse como punto de partida del movimiento Modernista, aunque tal y como señalábamos, algunos autores contemporáneos de Darío ya mostraban un acercamiento tanto en forma como en contenido a esa ruptura con la estética de la época que implicaba respetar la belleza, buscar la palabra armoniosa y pura que definiese las cosas y mantener un estilo pulcro y esmerado que hiciese justicia a esa conciencia acerca del arte que se iba a convertir en sello de identidad. De la misma manera que lo serían el color azul y el cisne blanco. Rubén Darío explicaría el título de su libro explicando que para él dicho color representaba “el color del ensueño, del arte, un color homérico y oceánico”.
Prosas profanas
Publicado cuando Rubén Darío tenía 30 años, este libro entonces provocativo y hasta algo escandaloso se convirtió pronto en el emblema de la revolución que los modernistas estaban llevando a cabo en contra de todo lo establecido. Este es el libro modernista por excelencia de su autor. Es, y así está considerado por gran parte de la Crítica, la obra que cambió definitivamente el rumbo de ese arte nuevo que persiguió el Modernismo.
Cantos de vida y esperanza
Obra de madurez poética, en ella se aprecia una sobriedad estilística que, sin restar brillantez alguna a los textos, denota una evolución interior del pensamiento del escritor que parece caminar pareja a su propia vida. Su lucha contra la vulgaridad y la mediocridad, que considera sin duda entre las mayores degradaciones del hombre continúa intacta, y sin embargo en esta tercera de las obras maestras que nos ha legado se percibe una suerte de acercamiento a los grandes temas que preocupan al público menos elitista, como si tomara conciencia de que para alcanzar la grandeza definitiva resultaba imprescindible alejarse de lo minoritario y acercarse a lo general.
Lo fatal (de Cantos de vida y esperanza)
Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror…
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!…