A veces, no somos conscientes de las joyas que tenemos cercas, y el Museo Arqueológico de Cáceres es una de ella. El casco antiguo de la ciudad contiene restos romanos, almohades, judíos, portugueses, castellanos…y todo ello se refleja en su recinto.
Cáceres es, sin duda, o así me lo parece, una de las muchas y variadas joyas que oculta la vieja piel de toro por entre su geografía. De algún modo me hace pensar en solanas y calor, pero también en dehesas donde alcornoques y ungulados conviven pacíficos. Sabía, cómo no, que la ciudad acoge uno de los campus de la Universidad de Extremadura y que tiene una parte antigua que merece la pena verse. ¡Lo que yo no sabía era cuánto! Es patrimonio de la humanidad de la UNESCO desde 1986 y casi me parece pequeño el galardón. Seguro que si menciono la Toscana a más de uno le vienen a la cabeza imágenes de deliciosas ciudades diminutas que han conservado todo su aspecto medieval; pues no hay que coger el avión para ir a ver una, basta con acercarse a Cáceres y recorrer su irresistible casco antiguo. Parece como una sección estratigráfica bien dibujada de una excavación arqueológica donde podemos ver restos romanos, almohades, judíos, portugueses, castellanos…Al fin y al cabo, la historia de Cáceres se remonta lejos, pues cerca de la ciudad hay algunas cuevas (como Santa Ana, El Conejar y Maltravieso) donde junto a restos humanos se han encontrado algunas pinturas que se remontan al Paleolítico Superior y al Neolítico. Después vendrían los romanos, el verdadero origen de la ciudad, con los campamentos legionarios de Castra Caecilia (el actual Cáceres el Viejo) y el cercano, pero de emplazamiento desconocido, Castra Servilia, ambos de allá por el siglo i a. C. Vendrían después los visigodos a arrasar la ciudad en el siglo v d. V. que sólo sería refundada sobre sus restos por los árabes, concretamente por Abd al-Mumin, el primer califa del Imperio almohade en 1147. Tras un largo proceso de toma y daca, la ciudad pasó a ser portuguesa en 1165, leonesa en 1170, almohade de nuevo en 1174 y, finalmente, castellana en 1229. La verdad es que mirar desde la muralla árabe hacia la colina desde donde se supone las mesnadas castellanas atacaron la ciudad impresiona, por el desnivel que hubieron de bajar los atacantes antes de subir otro igual de empinado y plantar sus escalas contra los muros para trepar por ellas. Sin duda los hombres de entonces estaban más curtidos que nosotros.
Como es lógico, según ha ido creciendo la ciudad han ido apareciendo restos de todas estas presencias, que ya en 1898 un grupo de notables de la ciudad comenzó a recoger con la idea de exponer en un museo. La idea no terminaría de fructificar hasta 1917, al final de la Gran Guerra, justo el año cuando Mata Hari abandonó Madrid camino, sin saberlo, de su destino frente a un pelotón de fusilamiento. Desde 1931, su contenido se alberga en el Palacio de las Veletas, un edificio de comienzos del siglo xvii que tras ser adecuado para cumplir con su función expositiva fue inaugurado como museo en 1933 alquilado a sus propietarios. No sería hasta 1971 cuando el Estado adquirió el inmueble y lo sometió a una importante remodelación acompañada de la reforma de la colección permanente de arqueología. El Museo también alberga una colección etnográfica, que se ve completada con la colección de Bellas Artes, que se expone en el cercano Palacio de los Caballos: unas antiguas caballerizas reformadas en vivienda y convertidas en museo en 1992, cuando fueron abiertas al público. Si el primer director del Museo Arqueológico de Cáceres fue Juan Sanguino Michel, hoy se encarga con excelente mano de su gestión Juan M. Valadés Sierra.
La historia del museo tiene su encanto y nos muestra el modo en que se hacían las cosas antaño: en 1898, una de las fuerzas vivas de la ciudad decide que ésta necesita un museo arqueológico y lo crea en el Instituto de Segunda Enseñanza de Cáceres, donde trabajaba como catedrático de Geografía e Historia, se trataba de Gabriel Llabrés. Partiendo de unos modestos fondos —algunas monedas y grabados— durante los años siguientes se fueron reuniendo en el Instituto piezas arqueológicas halladas en toda la provincia. El museo no habría pasado de ser un lucido gabinete de curiosidades de no haber sido por la estancia en la ciudad durante el verano de 1916 de la infanta Isabel de Borbón, que pudo visitarlo. A su regreso a la villa y corte comentó la situación con el ministro de Instrucción Pública y, dicho y hecho, a sus reales órdenes por R. O. de 30 de Abril de 1917, se crea la primera Junta del Patronato del Museo, que este año ha cumplido con excelente salud sus primeros cien años de vida.
Si bien el aspecto externo del edificio del Museo data del siglo XVIII —fue entonces cuando se añadieron los escudos, las gárgolas y los remates de la fachada—, en realidad se trata de una construcción de 1600 realizada sobre lo que se ha sugerido podría haber sido el solar del alcázar árabe de la ciudad. Así se podría explicar uno de los elementos expositivos más espectaculares de visitar: el aljibe andalusí, que en sí mismo hace que merezca la pena entrar a recorrer el Museo. Seguro que muchos recuerdan las famosas escenas finales de Desde Rusia con amor (la segunda película de la saga de James Bond) o la más cercana Infierno (con Tom Hanks haciendo de experto en simbología), que transcurren en un inmenso depósito subterráneo de agua entre un bosque de columnas que soportan otros tantos arcos; pues para ver algo parecido no hemos de viajar al Yerebatán de Estambul, sino a la cacereña Casa de las Veletas, sede de su Museo Arqueológico. Allí hay un exactamente igual, sólo que mucho más pequeño (10 por 14 m)… pero igual de interesante y del siglo X-XI, nada menos.
El Museo consta en total de 17 salas, las ocho primeras destinadas a la colección arqueológica, las seis siguientes a la colección etnográfica y las tres últimas a la colección de arte, con una de ellas como espacio para las exposiciones temporales.
Con buen criterio, el recorrido por las salas es cronológico, de modo que tras el vestíbulo de entrada, la Sala 1 nos sumerge de lleno en el Paleolítico y Neolítico, así como en los monumentos megalíticos de la región. Vemos en ella que los primeros restos de trabajo de la piedra se han encontrado en la cueva de Santa Ana y datan del 40.000 a. C. El neolítico, con su «revolución» agrícola y de sedentarización tardó en manifestarse, calculándose una fecha en el 5000 a. C.
La Sala 2 nos permite pasar a la Edad de los Metales: del Cobre (III milenio a. C.), del Bronce (II milenio a. C.) y del Hierro (800-500 a. C.), conocida esta última también como período Orientalizante, porque es entonces cuando fenicios y griegos comienzan a asomarse por nuestras costas. Para mí es una de las salas más espectaculares del Museo, porque son muchas las estelas del noroeste que lucen expuestas: grandes lascas de piedra de los siglos X-VIII a. C. que tienen grabados diversos objetos propios de guerreros como carros, escudos y espadas y nos hablan de la interesante estructura social de la época. Al período comprendido entre el final del mundo Orientalizante y la llegada de los romanos (siglos IV-II a. C.) está dedicada la Sala 3. En esta segunda Edad del Hierro vemos cómo ocupan el territorio los pueblos con los que los romanos no tardaron mucho en tener que vérselas, lusitanos y vetones. Con las salas 4 y 5 entramos ya en el mundo romano, con sus luchas contra cartagineses por un lado y Viriatos y Numancias por el otro, que terminan con la península convertida en provincia senatorial y con la ciudad de Cáceres dando sus primeros pasos en forma de los campamentos romanos de Castra Caecilia y Castra Servilia. La presencia romana es tan notable que dos salas más, la 7 y la 8, están dedicadas a exponer los muchos restos de epigrafía de la época, en especial funeraria, que proporcionan una gran cantidad de información al historiador. Es precisamente en la Sala 8 donde se encuentra el acceso al aljibe andalusí.
El recorrido arqueológico se termina por la sala 6, dedicada a la Tardoantigüedad y que antecede a las salas epigráficas. Estamos en el mundo de los bárbaros (siglo V d. C.) que acaban con el poder imperial romano, al que sucede el mundo visigodo, que se extiende desde el siglo VI d. C. hasta la llegada de los árabes en el siglo VIII d. C. Un recorrido que sabe a poco, la verdad, pero que se puede continuar con las salas etnográficas (oficios, indumentaria, música y creencias) y las dedicadas al arte (una con obras que van desde el siglo XIV al XIX y la otra dedicadas a creaciones del siglo XX). De modo que cuando paseen por la parte antigua de Cáceres y lleguen a esta placita, no sean tímidos, entren a ver el Museo, no se irán defraudados.