A los diez años quería ser poeta y le pedí a mi abuelo Manolo que me enseñara a hacer el nudo de la corbata. De tanto ver a Gloria en televisión, luciendo su característica prenda, mi infante imaginación creía indispensable rodear el cuello de colores, del mismo modo que los obreros se atavían con el mono azul. Mi generación no se llama millennials, y mucho menos eso de Ni-Ni. Mi generación es Gloria Fuertes. Tengo tres globos que lo demuestran.
Por Daniel María
En Gloria Fuertes, más que en cualquier otro poeta, la poesía es vida; y la vida es un poema esperando que lo traigan al mundo. Indispensables la una y la otra para dotar de sentido al mismo aire que respiraba. Sus muchas soledades, en parte deseadas hasta abrazarlas con amorosa pasión, no permanecieron ajenas a la compañía y la correspondencia de un idilio, porque Gloria supo lo que era amar, en todas sus conjugaciones, como supo también qué era la soltería, dicho esto en su tono de jocosidad.
Porque si existe un elemento, casi recurso literario, que atraviesa la obra de Gloria Fuertes en toda su expresión, este no es otro que el humor y la comicidad. Frente al espejo, Gloria tenía la inteligente capacidad de señalar con descaro sus puntos débiles, aquellos que permitían el acceso al autoconocimiento, pero también a la parodia, la caricatura o la sátira. Se trataba de un gesto generoso con el lector, que reía con esa espontaneidad que no piensa, que solo actúa.
Luego, en el sosiego, la risa se convertía en reflexión, y ya no hacía gracia lo reído, porque te hacía pensar, agitaba la conciencia. Gloria había conseguido situar al lector frente a su propio espejo. Y ahora la caricatura era personal, privada. Diría que resulta hasta pedagógico, un verdadero ejercicio de aprendizaje.
A Gloria Fuertes le ha pesado mucho su dedicación al público infantil, quien la proclamó como presidenta de la república literaria. Su éxito popular fue arrollador, televisivo, casi estatal. No existe colegio, asociación de vecinos, ludoteca o biblioteca municipal, que no cuente con un libro de Gloria Fuertes. Ningún escritor renunciaría a semejante difusión.
Ahora bien, en estos lares –aunque también en otros– resulta imposible mantener el mismo listón en dos actividades paralelas, por mis unidas que estén. De tal modo que la poesía para adultos de Gloria Fuertes ha permanecido en una dimensión que dista, y mucho, de la lograda por su literatura para niños.
De ningún modo es responsabilidad de la autora dicha circunstancia. Gloria se pateó los escenarios y foros de todo el país recitando su poesía, escribió incansablemente esta parte de su obra, de altos y sincerísimos vuelos, pero la crítica cortaba alas, reducía la bibliografía y acotaba el trayecto. Solo la crítica. El público leía sus poemas, sus ediciones se agotaban, las reimpresiones se sucedían, pero las entrevistas rondaban en torno a su faceta infantil, y en algún caso, sobre su soledad en presente continuo.
Cualquier pregunta formulada a la poeta podía responderse con su obra. Todas las respuestas de Gloria perseveran, y ahí estarán a perpetuidad, en su bibliografía. Una docena de poemarios que trazan un itinerario tan vital como juguetón. Gloria se sabe personaje de su propio relato, y juega a cambiarse la corbata, a despeinarse, a colorear su biografía para mayor diversión de su pluma, pero también para mantener el halo de misterio que todo poeta atesora.
Ahora que se cumple el centenario de su nacimiento, las mesas de novedades brillan con su ingenio de siempre. Algunas antologías nos ayudan a adentrarnos en el universo de Gloria, como Me crece la barba. Poemas para mayores y menores (Reservoir Books) o Geografía humana y otros poemas (Nórdica). En el fondo de las librerías, aunque ahora más presente por el tirón del aniversario, permanecen los tres títulos que ofrece Cátedra. Este trío de ases conforma un acceso casi completo a la obra poética para adultos de nuestra escritora.
Obras incompletas (1975) aglutina siete poemarios, publicados entre los años cincuenta y setenta del pasado siglo. La poeta se hace cargo de la edición de este conjunto, donde ofrece una muy interesante introducción. Con esta reunión podremos seguir la evolución de su estilo hasta alcanzar los elementos más Fuertes de su poética. Cinco años después, en 1980, verá la luz Historia de Gloria. Amor, humor y desamor. Esta entrega, generosísima, comprende la producción lírica de nuestra escritora en ese lustro que ha pasado desde el último inventario. No obstante, en 1996 aparecerá Mujer de verso en pecho, uno de sus mejores libros, y es este el título que recomendamos para quienes no deseen comenzar por una antología, sino por un poemario completo, como primera lectura de Gloria.
Desde el fallecimiento de la escritora en 1998, Ediciones Torremozas ha mantenido viva la llama de Fuertes en el panorama editorial. No es de extrañar que en esta fecha tan importante haya reforzado su catálogo con tres títulos señeros de la producción poética de Gloria Fuertes. Nos referimos a las ediciones de Aconsejo beber hilo, Pecábamos como ángeles y Glorierías.
Para Aconsejo beber hilo, su autora barajó el título inicial de Diario de una loca. En esta edición especial, Torremozas incluye declaraciones de la escritora a un periódico de la época. El titular de la entrevista refleja el irónico discurso de Fuertes, que ya era potentísimo en el año 1954: Gloria Fuertes ignora cuál es su puesto en la poesía española, pero le gustaría tener uno de castañas.
Pecábamos como ángeles resulta una estupenda oportunidad para adentrarnos en uno de los temas predilectos de Gloria Fuertes: el amor. La escritora preparó esta antología de su obra dedicada por entero a poemas amorosos. La primera edición fue publicada un año antes de su fallecimiento y supone una de sus antologías más emocionantes, cuya evolución atraviesa la práctica totalidad de su obra, pues se ayuda de sus ediciones en Cátedra para seleccionar el material aquí reunido.
En Gloria Fuertes, el amor y la literatura se dieron la mano en varias ocasiones. Con el poeta postista Carlos Edmundo de Ory mantuvo una relación a principio de los años cuarenta, que luego derivó en amistad, y en 1955 conoció a la hispanista estadounidense Phyllis Turnbull. La pareja creó la Biblioteca Infantil Ambulante de España y permaneció unida más de quince años, hasta el fallecimiento de Phyllis en 1971. La experiencia amorosa de Fuertes se topó con la desgracia no solo en esta ocasión clave, pues durante la guerra civil perdió a dos novios, uno de cada bando. En Pecábamos como ángeles encontramos muestras de sus reflexivas, pero también exultantes, alusiones amorosas, todas ellas envueltas en picardía y lirismo.
Glorierías. Para que os enteréis es, probablemente, el rescate más importante de cuantos emprende Torremozas en esta hora. En 1954, el mayor genio de las letras españolas del siglo XX, Ramón Gómez de la Serna, escribe a Gloria Fuertes desde Buenos Aires. De todas las perlas que le ofrece en su pequeña misiva, resulta poderosa aquella de No deje llevarse más que por sí misma. Compartía el maestro su lema vital, el secreto de su personalísima literatura. Consejo que Gloria llevó hasta el último suspiro.
En homenaje a la obra de Ramón, Fuertes escribe sus personales glorierías, dardos poéticos, emocionales, irónicos, lúdicos, certeros siempre, con que explora los límites de su capacidad de síntesis, hasta reducir a la mínima expresión el profundo eco de su labor poética. De un ingenio a prueba de navajas y caricias, Fuertes se esmera en ganar la partida y desflora la esencia de su verborrea para alcanzar la savia de un léxico desprendido de florituras, directo, sencillo. Siempre legible.
No solo Ramón aplaudió la capacidad de Gloria, ya en 1957, desde su exilio mexicano, Max Aub incluía a nuestra poeta en su antología Una nueva poesía española (1950-1955), donde la sitúa junto a Dámaso Alonso, Gabriel Celaya, Ángela Figuera, José Hierro o Blas de Otero, entre otros. Aub escribe que Gloria «despoja su indignación de cualquier adorno: la da desnuda».
Esta indignación surge de la injusticia, la intolerancia y el maltrato. Porque conoció la pobreza, la guerra y la muerte, Gloria encajará estos golpes con su sensible complicidad en el terreno de la poesía. Y no es que preste su voz a los más desfavorecidos, sino que grita con ellos, compartiendo el plato vacío y el corazón desolado. Si el humor es una constante, la denuncia social forma parte de su estilo, una de sus más importantes reivindicaciones.
Se podría decir que Gloria Fuertes nunca escribió sola. Siempre tuvo enfrente a Dios. Un dios particular, hecho a la medida de su alma, que no arrastraba imposiciones religiosas ni dogmas preestablecidos. Un dios surgido de la calle, más parecido a un sereno o a un camarero que a un ser celestial de porte divino. A ese dios lo trataba con la misma camaradería que a la poesía, con su cómplice tuteo de amante.
En esta fiesta de su centenario aparece una obra multidisciplinar, dinámica, inquieta y deslumbrante que celebra la vida y la posteridad de nuestra escritora. Nos referimos a El libro de Gloria Fuertes. Antología de poemas y vida (Blackie Books). Jorge de Cascante, editor del material que aquí se recoge, nos ofrece, de su puño y letra, biografía y análisis comentado de la poeta, pero también una generosa memorabilia, una antología poética y el álbum fotográfico más completo de Fuertes. Un libro homenaje, una suerte de catálogo de exposición, una guía de viajes por el universo de Gloria. Rezuma amor y pasión por la poeta, sentimientos que comparte con el lector confabulado.
Gloria Fuertes, poeta, hacedora de versos, observadora, risueña, sombra solitaria, mujer de verso en pecho, niña con voz tronada, altanera, vibrante, tabernaria, seda de hierro, barro de trinchera, niña de la guerra. Ingeniosa, excesiva, certera. Quizás aprendió de las noches que lo arriesgado de trasnochar es soñar despierta. Soñó sin abandonar el lápiz. Escribió sin apagar el pitillo. El mundo, la calle, el escritorio. El paraíso amanece con farolas en un barrio de Madrid. Poeta fieramente ángel, que tu dios te conceda la flor natural con que soñabas.