Saphia Azzedine (Agadir, 1979) pertenece a ese colectivo de mujeres musulmanas que han alzado la voz contra el integrismo que en muchos países las condena a la invisibilidad. Socióloga, novelista, actriz y directora cinematográfica, sus libros (Mi padre es mujer de la limpieza o Confesiones a Alá, entre otros) suelen ser un éxito de ventas en Francia y promover en este país grandes debates sobre la religión y la integración de los musulmanes en Occidente.
Su última novela, El viento en la cara (Grijalbo), narra con prosa ágil y sin florituras el juicio que se celebra en un incierto país musulmán contra Bilqiss, una mujer acusada de haber suplantado al muecín a la hora del rezo.
En Francia, donde reside, hay más de cinco millones de musulmanes, un diez por ciento de la población. Usted ha mostrado en numerosas ocasiones su preocupación por la integración de este colectivo. ¿Ha mejorado en los últimos años esta integración?
Hay cosas que no funcionan en la comunidad musulmana de Francia, pero creo que la gran mayoría de musulmanes franceses forman parte de ese país que se levanta temprano, que trabaja, tiene una familia y no molestan a nadie. Aunque tampoco idealizo la situación. También hay los que no están integrados, pero yo me pregunto cómo puedes integrarte si te encierran en una barriada rodeado de un tunecino, un argelino y un marroquí. Cómo te puedes integrar con los franceses si no tienes acceso a ellos.
Se acusa a las mezquitas de ser un foco de reclutamiento integrista…
No lo sé, no frecuento las mezquitas. Pero sabemos que muchas de ellas están financiadas por Arabia Saudita, de lo que se deduce que estas mezquitas no son precisamente lugares donde se fomente una apertura de mente por lo que respecta a la religión. Pero Arabia Saudí es un país muy amigo de los países occidentales. Así que no podemos pedirlo todo y al mismo tiempo lo contrario de lo que pedimos.
Su novela transcurre en un lugar al que se califica como «un país ya muerto». ¿Qué país real ha tomado como referencia?
Afganistán, por la presencia norteamericana y porque es un país completamente destruido por una guerra injustificada, organizada con mentiras y donde reina la muerte. Una guerra, por cierto, contra un país que no les había hecho nada a los americanos. Una guerra organizada por George Bush, que dijo que se lo había ordenado Dios. Bush es un criminal alcohólico e iluminado que ha matado a miles y miles de personas en Irak y Afganistán. Y este hombre está en libertad.
¿Y a los rusos, quién les ordenó que intervinieran en Afganistán?
Ah, no lo sé. No he hablado con Putin.
La protagonista de su novela «era una mujer en un país donde más valía ser cualquier otra cosa, y, en la medida de lo posible, un pájaro». Una mujer sobre la que pende un terrible veredicto: la lapidación.
La verdad es que se habla mucho de las lapidaciones, pero no son tan frecuentes como se cree. Narrativamente a mí me pareció un gran recurso. Lo que yo quería mostrar en mi novela es que el castigo de la lapidación en realidad no existe en el Corán. En el Corán nunca se habla de la posibilidad de una exterminación sagrada, como sí se habla, por ejemplo, en la Biblia. El problema proviene de las interpretaciones que se hacen de los textos sagrados. Cualquier religión mal interpretada puede ser peligrosa.
¿En Occidente tenemos una imagen distorsionada del Corán?
Para empezar, Occidente se olvida a menudo de que la mayor parte de las víctimas por el terrorismo islámico son musulmanas. Eso es muy importante. Respecto al Corán, su desconocimiento en Occidente es absoluto, y de eso tenemos que dar gracias, entre otros, a los periodistas. Nos tragamos sólo lo que nos dice la tele. Fíjese, la primera frase del Corán es «lee y aprende». Pero todo el mundo parece comenzar por la página número dos. En general, aquí no se conoce el mundo musulmán. Se le ha colonizado, pero nunca se ha intentado conocerlo.
En el país de su novela las mujeres no pueden depilarse las cejas porque eso altera la creación de Dios, no pueden tener peluches, no pueden ir con sujetador… ¿Todas estas prohibiciones son reales?
Todo eso lo busqué por Internet. Razones insólitas para que te hagan una fatua. Pretendía demostrar que, como decía, a veces las interpretaciones de los libros sagrados pueden ser tan estúpidas que llegan a límites demenciales. La estupidez en este sentido no tiene límites.
O que un hombre y una mujer desconocidos no pueden estar en la misma habitación…
Sí, pero repito, eso no está en el Corán. Es la interpretación de tres débiles mentales. Todo es posible, no hay límites en este sentido. Por ejemplo, a la protagonista de mi libro la casan a los trece años con un hombre de cuarenta y seis. Esto ocurre cada día. Ocurre en India, en Pakistán, en Afganistán… Por eso, para mi protagonista la muerte es más dulce que la vida, aunque nos cueste entenderlo. Eso hace que, paradójicamente, sea un personaje muy vivo. Le pongo un ejemplo: en el pueblo donde transcurre mi libro hay veintidós mezquitas y ningún hospital. Esto es real y ocurre en muchísimos sitios. ¡Pero Dios nunca ha pedido tantas mezquitas! ¡Una sola mezquita que no hace falta es un pecado cuando no hay escuelas ni hospitales! Los musulmanes deben asumir la responsabilidad de quejarse. Más allá de recuperar su religión, reformarla y adaptarla a la época actual, lo que deben hacer es rebelarse cuando aparece una mezquita innecesaria y vacía la mayor parte del tiempo. Y esto no es un razonamiento político, porque los autócratas que están en el poder en los países musulmanes son dictadores y ladrones que han sustituido el hecho político por el hecho religioso. Eso les quita responsabilidades. El Islam hoy en día es política. Y esta es una de las razones por las que en Occidente se demoniza el Islam, o lo utiliza a su favor. Todo el mundo sabe que Al Qaeda y el Daesh son en parte producto occidental, aunque decir esto, cuidado, no justifique sus atentados.
Su protagonista dice en un momento del libro lo siguiente: «Los musulmanes llevamos siete siglos de declive, mirando pasar el tren del futuro e incapaces de subirnos a él».
Me gusta tener un espíritu crítico con Occidente, pero creo que los musulmanes no somos solo víctimas. Corresponde a nosotros reapropiarnos de nuestra religión. Occidente sí tiene una responsabilidad en la destrucción de Oriente Medio, pero no me gusta la mentalidad de víctima. Corresponde a los propios musulmanes tomar las riendas de lo que les corresponde: hacer revoluciones no como la Primavera Árabe, que ha sido completamente estéril, sino revoluciones de verdad que pasen por un cambio de rumbo.
Su libro está narrado bajo tres puntos de vista: Bilqiss, la acusada, una periodista norteamericana que la entrevista y el juez del tribunal religioso. Precisamente uno de los momentos más intensos del libro es cuando cuenta que el juez llega a casa y se pone en la televisión programas de variedades españoles, polacos, libaneses, italianos, cuyos idiomas no comprende. Así escucha música, ve colores, se empapa de las risas y la animación…
Claro. El juez es alguien al que consideramos integrista, fundamentalista, pero en realidad es un hombre que tiene necesidad de caricias, de amor, de fantasía, de sexo. De otra manera menos visible él también es una víctima, y también sufre un grave conflicto.
¿Su sueño sería que su libro pudiera ser leído en todos los países musulmanes?
Mi libro puede ser leído en todos los países musulmanes, no está prohibido en ninguna parte porque en él no hay blasfemias. Hablo a los hombres y no a Dios. Para mí no tiene sentido hablar a Dios o a profetas que no están aquí para contestarme. La idea es elevar el debate, no hacer provocaciones gratuitas. Y personalmente, mi interés como novelista es informarme bien y pensar incluso en contra de mí misma. Hay una frase que dice: «Hay una cosa peor que un pensamiento malo, es un pensamiento hecho a medida».
¿Ha leído Sumisión, de Houellebecq?
Lo empecé, pero no lo terminé. Solo hablo de libros que he leído enteros. Creo, en todo caso, que no es su mejor libro, pero al mismo tiempo estoy contenta de vivir en un país que permite que un libro así se publique.
Su padre era un gran contador de historias...
¡Claro, la tradición árabe es oral! Yo soy escritora gracias a él. Cuando no me dejaban ir de fiesta por la noche no me quedaba más remedio que escuchar sus historias. Alguna cosa buena salió de eso.
Por Carlos Luria