Tres periodistas en la revolución de Asturias, Manuel Chaves Nogales, José Díaz Fernández, Josep Pla, Prólogo de Jordi Amat, Libros del Asteroide, 240 pp., 17,95 €
En octubre de 1934, la entrada en el gobierno de tres miembros de la CEDA ─Confederación Española de Derechas Autónomas─, fue el pretexto para el estallido de la llamada revolución de Asturias, sangrienta y salvajemente devastadora, patrocinada por los socialistas, que en algunos puntos contaron con el apoyo de los comunistas y de los anarquistas, y en otros no. El jefe del ejecutivo era entonces un republicano histórico, Alejandro Lerroux, el ex emperador del Paralelo, y la CEDA estaba liderada por José María Gil Robles, que no había hecho declaración expresa de acatamiento a la Constitución.
A la rebelión contra las instituciones, legítimas, de la República, se sumó la Generalitat de Catalunya, presidida por Lluís Companys, que la tarde del 6 de octubre proclamó el Estado catalán dentro de la República federal española, aunque el general Batet, jefe de la IV División orgánica, siguiendo órdenes del gobierno de Madrid, en pocas horas desbarató la intentona, que se saldó con tintes más bien bufos, como la huida por las cloacas del conseller de Governació, Josep Dencàs. ─Digamos, de paso, que Batet, en 1936, se mantuvo otra vez fiel a la legalidad republicana, lo que le costó ser fusilado por el general Franco─.
La obra que comentamos es una reedición del libro de José Díaz Fernández Octubre rojo en Asturias, publicado en 1935 con el seudónimo de José Canel, aunque el autor firmó con su nombre verdadero el prólogo de la obra. Díaz Fernández (1898-1941) había nacido en Salamanca, pero pasó gran parte de su infancia y juventud en el Principado. En 1921 fue llamado a filas y sirvió en la guerra de Marruecos, experiencia que plasmó en su novela El Blocao (1928). Tras licenciarse, ejerció el periodismo en diversos medios, y en 1936 fue diputado con el partido de Manuel Azaña, Izquierda Republicana. Murió en el exilio, cuando esperaba poder trasladarse a Cuba. Su libro es un duro alegato contra los republicanos históricos ─Lerroux─, a los que acusa de connivencia con los monárquicos ─Gil Robles─, y contra los socialistas que, según él, se habían embarcado en la aventura de la revolución social a la manera rusa, sin contar, esta es la verdad, con ningún Lenin.
Tres periodistas se completa con las crónicas de Josep Pla y de Manuel Chaves Nogales. Josep Pla (1897-1981), pese a que se le negase sistemáticamente el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes, por su vinculación al primer franquismo, posiblemente sea el escritor catalán más prolífico de todos los tiempos ─su Obra Completa consta de 46 volúmenes─ y también el más leído. Manuel Chaves Nogales (1897-1944), hoy el más mediático de los tres, desde muy joven ejerció el periodismo, primero en Sevilla, su ciudad natal, y después en Madrid, donde, a partir de 1931, dirigió el diario Ahora. Entre sus libros destacan El maestro Juan Martínez que estaba allí (1934), Juan Belmonte, matador de toros (1935) y A sangre y fuego (1937). También murió en el exilio, como Díaz Fernández, y el tiempo lo ha consagrado como un icono de la Tercera España.
De Pla se recogen diversas crónicas enviadas a La Veu de Catalunya, el órgano de La Lliga, el partido de Francesc Cambó, primero desde Madrid y después desde el Principado; de Chaves Nogales, las publicadas en Ahora, que incluyen una entrevista con el general López Ochoa, que liberó Oviedo. Ni en los trabajos de Pla ni en los de Chaves Nogales, curiosamente, se hace mención del general Franco, que, de manera oficiosa, desde el ministerio de la Guerra, a instancias de su titular, el radical Diego Hidalgo, dirigió todas las operaciones del Ejército en Asturias.
Tres periodistas en la revolución de Asturias se enriquece con un prólogo de Jordi Amat (Barcelona, 1978), escritor y filólogo, y autor de una decena de libros -alguno, excelente- entre biografías y ensayos.
La obra, en su conjunto, nos parece que queda descontextualizada. Pla, por ejemplo, nos habla de un tal comandante Doval, que para el común de los lectores de hoy es un perfecto desconocido, y del que nos explica que, tras el fracaso de la revolución, ha sido encargado de los trabajos de desarme de la población, y a continuación añade que el nombramiento ha causado buena impresión, pues se trata de un oficial de la Guardia Civil serio y eficiente. Y tan eficiente, hasta el punto de que Salvador de Madariaga escribió años después que fue más conocido por su eficacia para obtener resultados, que por su escrupulosidad en escoger los medios para obtenerlos. O dicho con palabras de Manuel Rubio Cabeza en su Diccionario de la Guerra Civil: Un comandante de la Guardia Civil que adquirió triste notoriedad por su brutal comportamiento durante la represión que subsiguió a la revolución de Asturias de octubre de 1934.
A propósito de la rebelión de la Generalitat contra el orden constitucional de la República, Pla formula un juicio que nos parece del mayor interés: Debe ponerse de manifiesto, porque es un hecho trascendental, que en la prensa de Madrid, tradicionalmente desafecta a Cataluña, se ha iniciado una ofensiva general contra nuestras cosas, que ya no tiene por objeto la crítica a Esquerra <el partido entonces liderado por Lluís Companys>, sino que se refiere a Cataluña como un todo. En el ambiente político más sensato de Madrid se prevé que esta ofensiva producirá en Cataluña efectos distintos de los que espera producir y que, en definitiva, esta literatura será contraproducente. Es un movimiento, este, que para todos los catalanes debería ser un motivo de reflexión, de recogimiento y de sensatez. Hemos perdido en la última tormenta muchas cosas, pero si es posible imaginar que Cataluña es capaz de eliminar los fermentos patológicos que actúan constantemente en su política, aun podemos levantar, con lo que legalmente conservamos, un edificio magnífico que redima nuestra historia contemporánea y las vergüenzas recientes. Publicado en La Veu de Catalunya, el 12 de octubre de 1934, parece escrito hoy mismo.
En cualquier caso, Salvador de Madariaga, ex ministro de la República, en su obra España. Ensayo de Historia Contemporánea, editada en el exilio, resumió así la cuestión: Con la rebelión de 1934, la izquierda española perdió hasta la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936.
Por Gabi Bobé