Grup 62 prepara una rentrée potente con títulos de Naomi Klein (No h´hi ha prou amb dir no); una edición revisada por la germanista Rosa Sala Rose de una de las obras fundamentales de Montserrat Roig, Catalans als camps nazis para celebrar los 40 años de su publicación; una recopilación por primera vez en catalán de la poesía de Emily Dickinson; la segunda entrega de la obra completa de Josep Carner y, en palabras de su presidente Josep Ramoneda, seguirá en pos de la búsqueda «de voces y enfoques en catalán en ámbitos renovadores».
Pero, sin duda, el plato fuerte será la publicación, en noviembre, de un texto inédito de Josep Pla, Fer-se totes les il.lusions posibles i altres notes disperses, que se publicará simultáneamente, en castellano, en Destino. Este material que ve la luz por primera vez ha sido editado por Francesc Montero (Càtedra Josep Pla de la Universitat de Girona). Sostienen fuentes de 62 que son estas las páginas del Pla más memorable: agudo observador de las dolencias del país; comentarista escéptico y bien informado; contador de impagables anécdotas; escritor capaz de dotar de la máxima vivacidad a personajes y paisajes. Y en palabras de Montero, en estas páginas reflejan que «Pla considera que Franco se ha alargado mucho en el poder y eso ha dañado enormemente a la cultura catalana, que aun así resiste; en lo personal, también sufre un cierto desengaño por su trayectoria, cree que su labor no tiene el eco que debería y hasta duda del éxito y de la utilidad de una obra completa que con la editorial Selecta fracasó y ahora está a la expectativa de lo que pase con la de Destino”.
Ara editorial publicará en septiembre una obra del filósofo y periodista Charles Pépin, de gran éxito en Francia, Les virtuts del fracàs. La tesis de la misma sostiene como el fracaso ─inherente a la naturaleza humana─, es la única manera de progresar y crecer como personas.
L´Altra editorial, que dirige con mano firme Eugènia Broggi, está recuperando la obra de Carson McCullers, en el centenario de su nacimiento y los cincuenta años de su muerte, al igual que Seix Barral en castellano.
Com una patria, Vida de Josep Benet, Jordi Amat, Edicions 62, 21 euros
Jordi Amat (Barcelona, 1978), filólogo y escritor, ha publicado hasta ahora tres ensayos que le acreditan como un estudioso serio y riguroso de nuestra historia más reciente: Las voces del diálogo, El llarg procés, y La primavera de Munich. Es autor, también, de la biografía de dos homenots ─dos grandes tipos─ poco o mal conocidos de la vida política y empresarial catalana, Ramon Trias Fargas y Josep Maria Vilaseca Marcet, y es colaborador asiduo del diario barcelonés La Vanguardia, tanto en sus páginas de Opinión como en el suplemento semanal Cutural/s, donde se le lee siempre con la atención que se merece. Pero sin duda el libro que hoy comentamos, fruto de muchos años de trabajo paciente y avizor, de lectura fluida, le consagra como uno de nuestros más firmes valores en el campo de la historiografía.
La figura de Josep Benet i Morell (1920-2008) le sirve a Jordi Amat para escribir la crónica de un país, Cataluña, que a partir de 1939 luchó por reconstruir su identidad tras la derrota de la República en la Guerra Civil del 36, desatada por unos militares que, ay, contaron, entre otros, con el apoyo político y financiero de gentes como Francesc Cambó y su partido ─la Lliga─, y una parte muy importante de la burguesía catalana, que, como siempre, se equivocó, como se había equivocado ya en 1909 ─Semana Trágica─, en 1917 ─Asamblea de Parlamentarios─, en 1923 ─Dictadura de Primo de Rivera─, y en 1931 ─proclamación de la Segunda República─. A este respecto, el apoyo incondicional de los burgueses catalanes a la cruzada, son muy ilustrativos los libros de dos autores de filiación contrapuesta: Los catalanes en la guerra de España, del falangista José María Fontana (Barcelona, 1951), y Los catalanes de Franco, de Ignasi Riera, miembro del PSUC, el partido de los comunistas catalanes (Barcelona, 1998), que es una lástima que al autor no cite en la bibliografía manejada, y que ponen de manifiesto cómo la burguesía catalana, como clase social, apoyó casi en bloque al general Franco y sus secuaces.
En cualquier caso, la sublevación de los aguerridos mílites contribuyó, paradójicamente, a desencadenar la revolución social que decían querer atajar, y al término de la contienda fratricida, Benet se impuso como tarea principal de su vida la reconstrucción de un país destruido no sólo materialmente sino fraccionado espiritualmente entre buenos y malos de una manera que parecía irreversible.
Benet tuvo una infancia infeliz, con un padre que, por lo visto, era un cantamañanas repudiado por su familia; acogido por unos parientes que le reprocharon el pan que se comía ─que debía ser negro y escaso─, pasó siete años en la Escolanía de Montserrat, lo que, de alguna manera, marcó su vida, pues siempre tuvo en el abad Aureli Maria Escarré su mejor y más bien dispuesto valedor ─digámoslo todo: cuando las fuerzas de ocupación liberaron Barcelona o las fuerzas de liberación la ocuparon, como se prefiera, el futuro abad se presentó en Montserrat uniformado como un disciplinado oficial del Ejército español─.
Josep Benet inició su vida política a la sombra tutelar de su mentor Maurici Serrahima, un abogado sin clientes próximo al partido demócrata-cristiano Unió Democràtica, cuyo líder, Manuel Carrasco i Formiguera, había sido fusilado por el general Franco pese a las gestiones por salvarlo de algunos miembros de la jerarquía eclesiástica. Pero el drama de Benet es que casi siempre dependió económicamente, de una manera angustiosa, de algunos mecenas de la burguesía catalana, más bien cicateros ─entre los que se contaba algún franquista vergonzante como Félix Millet, padre─, y tuvo que mal ganarse las lentejas con trabajos estrafalarios muy alejados de su vocación, como dirigir la productora cinematográfica Estela Films, con sede en Madrid, desde la que realizó una adaptación de La Ventafocs ─La Cenicienta─. Incluso se planteó, nos cuenta Amat, la posibilidad de fabricación de un coche utilitario. La mayor parte de su vida profesional la tuvo que desarrollar como agente inmobiliario, porque fracasó siempre en su intento de ser un liberado al servicio de la cultura del país, y sus defensas como abogado de los perseguidos por el Tribunal de Orden Público ─el temible TOP─ las hizo siempre, no es necesario aclararlo, gratia et amore ─entre ellas, las del antiguo secretario general del PSUC, Joan Comorera, repudiado por titista por sus antiguos camaradas─.
Pero Josep Benet, quebradizo y resistente, es una figura omnipresente en la historia del catalanismo militante ─y autor de un libro muy importante, mucho: Maragall i la Setmana Tràgica─, en cuyo servicio se inició durante las fiestas de la entronización de la Virgen de Montserrat en 1947. Como una premonición del trato que recibiría a lo largo de su vida política, cuando el festejo hubo concluido, Benet agotado y con una cara gris, casi de muerto, seguía en una celda del monasterio, de la que no se había movido durante veinticuatro, coordinándolo todo, sin que nadie se hubiese preocupado de llevarle ni tabaco ni un simple bocadillo.
Su larga trayectoria tuvo su compensación en junio de 1977: en las primeras elecciones democráticas, Benet, un político sin partido, fue el senador más votado de toda España ─más de 1.300.000 sufragios─, como cabeza de lista de la Entesa dels Catalans, acompañado del crítico de arte Alexandre Cirici Pellicer y del escritor Francisco Candel, autor de Els altres catalans. La Entesa había sido patrocinada por el PSUC, y eso a Benet las fuerzas biempensantes del país no se lo perdonaron nunca.
También en 1977, su primer mentor, Maurici Serrahima, tuvo su premio, de muy distinta índole al obtenido por Benet, claro: fue nombrado senador real, a dedo, por don Juan Carlos de Bobón y de Borbón, que, a su vez, había sido designado por las Cortes franquistas, a petición del general, como su sucesor a título de Rey. Se había alcanzado el punto álgido de la Transición, cuyos dos objetivos prioritarios se cumplieron a rajatabla; que nadie discutiera a los Borbones su derecho al trono ─Esquerra Republicana, por ejemplo, no pudo presentarse a las elecciones con sus siglas─, y que el poder económico siguiese en las manos de siempre. Después, Josep Tarradellas, su enemigo más cordial, fue honrado con el título de marqués de su apellido, tras su cese como presidente de la Generalitat restaurada; Joan Reventós, el líder del PSC, que hubiera podido ser la alternativa de izquierdas a Convergència, fue embajador de Su Majestad en París, y Jordi Pujol, fue aclamado como Español del año por el diario ABC, antes, eso sí, de que se confesara evasor fiscal durante décadas y fuese despojado de su título de Molt Honorable. A diferencia de todos ellos, el ciudadano ejemplar que fue Josep Benet, diríase que condenado a ser minoría de uno, no ganó el combate político, pero sí que combatió para ganar el de la historia, tal y como sentencia Jordi Amat como conclusión de su magnífico trabajo.
Cuando a los 80 años se jubiló como director del Centre d’Història, Benet no había cotizado lo suficiente para tener una jubilación, y otra vez, una más, tuvo que acogerse a la caridad de un mecenas, en este caso, de nuevo, de su amigo/enemigo Jordi Pujol, contra el que había presentado una moción de censura en septiembre de 1982, como cabeza de lista de los diputados comunistas catalanes. Tal vez Benet recordaría entonces las duras palabras con que el hombre de Banca Catalana se dirigió a él al cruzarse en el hemiciclo del Parlament, tras las primeras elecciones autonómicas, acompañado de Antonio Gutiérrez, secretario general del PSUC: Josep, què fas amb aquesta gent? Aquellas gentes, los comunistas catalanes, eran quienes le habían acogido como el primero de ellos, en su intento de reconstruir la sociedad catalana desde el compromiso histórico.
Pero sin duda los presuntos beneficios generados por la deixa del avi Florenci, de ser cierto que Pujol acudió a socorrerlo con cuatro perras, nunca pudieron tener mejor destino.
El autor ha hecho un uso inteligente y acertado, nos parece, de los diversos archivos y epistolarios a los que ha tenido acceso.
Gabi Bobé