¿Es la historia de la literatura aburrida?
Hay quien cree que, en efecto, es aburrida, pero no hay nada más lejos de la monotonía que la vida de los grandes escritores de todos los tiempos. No obstante, esto, que para los lectores de Qué Leer es prácticamente una obviedad que no hay ni que mencionar, es algo relativamente desconocido para el gran público.
Hay mucha y buena divulgación histórica: revistas dedicadas a grandes personajes y eventos del pasado, muy buenas novelas históricas, documentales de televisión, series y hasta todo un canal de Televisión (Canal Historia) dedicados a recrear, explicar y mostrar tiempos pretéritos a los lectores del siglo XXI. Yo mismo he intentado contribuir a esta divulgación histórica con mis novelas sobre Escipión primero y luego sobre Trajano. Pero un día me pregunté: ¿y existe también divulgación sobre la historia de la literatura? Aquí no hay tanto: está la revista Qué Leer y algunas otras publicaciones, pero no tantas como las que se editan mensualmente con relación a la historia en general. Y si bien podemos encontrar obras literarias que tienen un manuscrito misterioso en su centro narrativo, no encontraremos, sin embargo, una larga serie de novelas sobre historia de la literatura comparable a la gran cantidad y variedad de novelas históricas sobre la historia en general. Y, desde luego, no hay ningún canal de televisión centrado en contar qué fue de la vida de los grandes maestros de la literatura universal con el impacto internacional del Canal Historia. Esto me pareció una pena. En positivo: una oportunidad. Siendo como soy, desde hace 25 años, profesor de lengua y literatura inglesa y norteamericana en la Universidad Jaume I de Castellón, esta escasez de divulgación con relación a la historia de la literatura me pareció algo a intentar compensar. Obsérvese que digo escasez y no vacío, pues son varios los autores que a su manera han aportado libros sobre la historia de los libros o sobre la vida de los escritores. Pero estas obras, pese a sus bondades indiscutibles, se separan de la narrativa histórica en que vienen presentadas al público como ensayos, algo perfectamente legítimo pero que, con mucha probabilidad, sitúa estos textos más distantes de la gran mayoría de lectores que aún perciben el ensayo como un género demasiado especializado cuando no tedioso (no digo que lo sea, sino que mucha gente puede pensarlo así). ¿Qué hacer?
Una trilogía sobre la historia de los escritores
¿Y si le dábamos al asunto una vuelta de tuerca, parafraseando a Henry James? ¿Por qué no contar la historia de la literatura novelándola, alejándolos del ensayo, al menos, en su estado puro? La novela, el relato, el cuento, se percibe como mucho más próximo por la mayoría de los lectores que el ensayo. Cuando Victor Hugo quiso influir en la sociedad francesa de su tiempo para que se dejara de destruir el arte gótico escribió un ensayo: Contra los demoledores. Nadie le prestó atención. Entonces escribió una novela histórica, Nuestra Señora de París, en donde la propia catedral de Nôtre Dame se convertía en un personaje central de tal envergadura y tan querido por el público parisiense que ya nadie se atrevería nunca a tocar una sola piedra de su deslumbrante gótico. La narración llegaba a más gente y con más intensidad que el ensayo.
Llegados a este punto, adicionalmente, había experimentado hacía tiempo que el potencial divulgativo y didáctico del relato corto, por su brevedad intrínseca, por un lado, y por su forma novelada, por otro, era enorme. Me explicaré: una de mis asignaturas en la universidad, Introducción a la literatura británica, implica describir la tradición literaria inglesa desde sus poemas medievales como Beowulf, hasta llegar a los autores contemporáneos del siglo XX y XXI como George Orwell o incluso, por su reciente impacto social, J.K. Rowling. ¿Cómo hacer esto en tres meses? No podía pedir que los estudiantes leyeran 20 o 30 novelas (cursan además otras asignaturas en paralelo durante el semestre). Me veía abocado a que sólo estudiaran con detalle uno o dos autores. Hasta que se me ocurrió: ¿y si les pido que lean una serie de relatos cortos? Así, entre esos relatos, una selección de poemas y algunas secciones de obras de teatro, sí que podía conseguir que se llevaran una visión más amplia de esa tradición literaria. Leemos entonces relatos de Joyce, Oscar Wilde, Saki, Somerset Maugham, Conan-Doyle, Thomas Hardy, etc. con lo que el estudiante adquiere, al menos, una perspectiva más amplia de esa cultura narrativa, aunque sea en forma de pequeñas píldoras literarias.
Acto seguido pensé: ¿por qué no extender el uso del relato corto a divulgar sobre la sorprendente vida de los autores? Así nacieron La noche en que Frankenstein leyó el Quijote y La sangre de los libros. Obras breves que proponen paseos por la historia de los escritores desde el tiempo clásico hasta nuestros días y que han conectado con un público joven y también con lectores más expertos. Los jóvenes, entiendo, encuentran en estos libros un relato más ágil que en un ensayo a la par que el contenido anecdótico o misterioso de cada episodio les ayuda a interesarse por el texto. Los lectores de más experiencia, a mi parecer, entran en muchos casos en el juego que les propongo: no identifico al protagonista del relato de inmediato, sino que voy aportando pistas biográficas a partir de las cuales el lector puede adivinar de quién estamos hablando en cada capítulo. Ese doble nivel de lectura, anécdota-misterio por un lado, juego para más veteranos, por otro, ha hecho de estas dos obras textos populares en clubes de lectura y que, con frecuencia, sean libros recomendados por profesores de asignaturas como literatura universal o lengua española en secundaria.
El séptimo círculo de infierno
Ahora bien, como se suele decir: «no hay dos sin tres». Y en mi caso, después de dos trilogías sobre la antigua Roma, parecía coherente que estos dos libros de relatos vinieran acompañados de un tercero, en este caso titulado El séptimo círculo del infierno.
En esta última obra, no obstante, he virado ligeramente en mis objetivos: si en los dos volúmenes anteriores el foco estaba puesto sobre autores incuestionables y, en su mayoría, canónicos y muy conocidos por los lectores, en este nuevo libro he querido centrarme no sólo en escritores y escritoras mundialmente famosos, sino también en otros cuya popularidad puede no ser tanta, pero que, a mi parecer, merecen ser más conocidos. De este modo, por El séptimo círculo del infierno se repasa las relaciones que existen, a veces bastante ignoradas, entre las tradiciones literarias occidentales con tradiciones literarias que a nuestros ojos pueden resultar más exóticas, como las literaturas de Asia, África o el Caribe. Además, y haciendo uso de la referencia del título, se pone énfasis en los diferentes infiernos reales vividos por muchos escritores perseguidos a los largo de la historia por su orientación sexual, sus ideas, su raza o su religión. Infiernos a los que cabe añadir el padecimiento que se vive con sentimientos universales como el dolor por la pérdida de un ser querido, el terror cuando se es víctima de la violencia de género y, finalmente, la injusticia de caer en un olvido inmerecido. Estos dos últimos infiernos particularmente duros son tristemente habituales en el caso de las escritoras.
De este modo, por El séptimo círculo del infierno encontraremos autores como Bulgákov con su épico enfrentamiento con Stalin; o al premio nobel Imre Kertesz en medio del holocausto nazi, o a la escritora Concha Espina, que se quedó a un solo voto de conseguir su propio premio Nobel de literatura; o a Julia de Burgos, la gran poeta de Puerto Rico, cayendo derrumbada, sola, abandonada por todos, en medio de una calle de Nueva York; y a tantos otros que, de corazón, me gustaría que pasaran a ser autores más conocidos y más leídos, o releídos, según el caso de cada cual, por todos aquellos que se adentren en un infierno, el séptimo, lleno de sorpresas y sugerencias literarias apasionantes. Por cierto: ¿Por qué el séptimo círculo del infierno y no el segundo o el octavo o cualquier otro ordinal? Por supuesto, se trata de una referencia literaria a los círculos en los que Dante nos describe el infierno en su Divina Comedia. En el séptimo ubica a los asesinos y, a partir de esto, siglos después, los maestros argentinos Jorge Luis Borges y Bioy casares tomarán la expresión el séptimo círculo como título para su legendaria antología de novelas negras, policíacas y de crímenes en donde irán seleccionado obras de los más grandes de todos los tiempos: así, en esta colección Borges y Casares eligieron una obra de Dickens, otra de Chesternon, otra de Agatha Christie, etc; o dos de Raymond Chandler, y así varias decenas más de novelas de diferentes autores. Pero de una autora hoy muy olvidada hoy día seleccionaron no una y no dos, sino hasta seis obras distintas. Parece que Borges y Casares la consideraban una maestra entre los maestros. ¿Quién es esa autora, la gran escritora en ese grupo de elegidos? La respuesta al encontrarán, por supuesto, en El séptimo círculo del infierno.
Por fin, más allá de lo que uno piense sobre sí mismo y sobre la naturaleza de lo que escribe, es frecuente que sean otros los que, con una mirada externa, sin arrastrar todos los prejuicios propios que uno acarrea inevitablemente consigo, el que acierta a definir con precisión lo que uno realmente está haciendo o intentando hacer. En la revista Rinconete del Centro Virtual del Instituto Cervantes, Antonio Ayuso, a la hora de explicar o definir en qué consisten libros como La noche en que Frankenstein leyó el Quijote, La sangre de los libros o El séptimo círculo del infierno, escribió: «nada mejor que escribir sobre literatura haciendo también literatura.»
Santiago Posteguillo es filólogo y profesor titular de literatura inglesa en la Universidad Jaume I de Castellón, es autor de varias novelas y acaba de publicar El séptimo círculo del infierno (Planeta).