Tracy Chevalier (Washington, 1962), autora de varias novelas y relatos, sigue estando asociada a los cinco millones de ejemplares de su segunda novela, La joven de la perla, y a la película que posteriormente protagonizaron Scarlett Johansson y Colin Firth. La promoción de La voz de los árboles (Duomo) la ha traído a España.
Se trata de una bella novela histórica con un tono intimista y épico a la vez, en la que conjugan distintos elementos que conforman un colorista tapiz con distintas lecturas.
Por un lado, la pasión por la botánica, los árboles y los manzanos, una espiritualidad panteísta cuando ir a la iglesia significaba un viaje demasiado largo. La Naturaleza juega un importante papel en el texto, especialmente los manzanos y las gigantescas secuoyas californianas. Por otro lado, la épica de los colonos en pleno siglo XIX, en busca de unas mejores condiciones de vida, que impregnó una fuerte huella en el imaginario norteamericano; y finalmente, unos personajes inolvidables, con marcados caracteres, alrededor de quienes se teje la trama. Es una novela llena de color y sabor, desde el fango del deprimente Pantano Negro donde transcurre una parte del argumento, hasta las fragancias de los distintos tipos de manzanas o la paz que le proporcionan al protagonista el contacto con los bosques, sus silencios y sus rumores.
Tomamos un café con ella en un céntrico hotel barcelonés. Está acostumbrada a las entrevistas y despliega esa franqueza tan propia de los estadounidenses, a pesar de que lleva tres décadas viviendo en Inglaterra con su marido inglés y su hijo.
¿Se propuso usted escribir la peripecia de la gente anónima que forjó la historia, sorteando todo tipo de dificultades?
Creo que a menudo la historia oficial se ha focalizado en los grandes personajes ─especialmente hombres─ pero que gran parte de ella la construyeron ciudadanos anónimos, y a mí me interesaba contar esa parte de la historia tan desconocida.
¿Fue conocer de la existencia de un personaje real, John Apleeseed, lo que la llevó a plantearse esta trama?
Cuando era niña, nos hablaban de él como un personaje muy folclórico, pero al leer más seriamente su biografía me di cuenta de que, en realidad, era un hombre de negocios peculiar, que se puso a vender semillas de manzanos y que producía manzanas tanto de mesa, como manzanas para fabricar sidra y aguardiente. Fue una sorpresa descubrirle desde otro prisma, y empecé a fabular sobre una pareja peleándose por el uso de esas manzanas: ¿serían para comer o para fabricar sidra y aguardiente?
Se me ocurrió entonces escribir sobre manzanos en la zona del Pantano Negro de Ohio. Empecé a investigar y encontré datos de familias que iban recorriendo el territorio, y así fue tomando cuerpo la idea… Finalmente decidí que la trama iba a girar sobre una familia disfuncional de pioneros.
Son por tanto personajes opuestos al héroe tradicional.
La historia de los colonos se ha teñido de un halo de romanticismo, pero la realidad fue mucho más violenta, oscura, ruda, sucia, con escasez de alimentos y numerosas enfermedades. Los americanos tienen una imagen idealizada de los pioneros: los ven como personas fuertes, valientes, con una familia unida a su alrededor, siempre pendiente de vencer los problemas del entorno, sin ningún tipo de problema personal. Así que me pregunté cómo sería escribir sobre una pareja que nunca debería haberse casado. Lo mío no son las historias de amores románticos, sino historia mucho más reales y con sus propias dificultades.
La dureza de las condiciones del paisaje y la vida imprimen moldean los caracteres de los protagonistas.
Sí, de hecho el paisaje y los árboles forman parte del elenco de protagonistas.
Me ha llamado la atención que hay muchas referencias a indios, españoles y gente de otras nacionalidades pero, en cambio, no hay referencias a los esclavos negros.
Es cierto, aunque estaban desplazados al Sur. Durante el viaje por América de Robert era difícil encontrar esclavos, y en la California de la fiebre del oro, había muy pocos. De hecho, me centré en la esclavitud en mi novela anterior [El último refugio].
Los personajes de La voz de los árboles ya son conscientes de cuán grande es su país y de que para encontrar la frontera, hay que viajar siempre hacia el Oeste.
Es algo que no lo sabes hasta que lo vives. Los que iban a California en plena fiebre del oro, tenían dos opciones: ir en barco rodeando Sudamérica, o cruzar el país, viviendo temperaturas extremas entre el día y la noche, pasando frio, hambre…Me documenté con diarios de gente que atravesó el país, y me fascinó leer sobre esas condiciones de vida.
Los personajes son muy diversos entre sí, desde el matrimonio de James y Sadie, la inteligente timidez de Robert, la fortaleza de Martha y Molly…
El núcleo inicial fueron James y Sadie, y una familia problemática. Al principio, el personaje de Molly era secundario pero, a medida que escribía, me di cuenta de que el texto la necesitaba para compensar el personaje de Sadie. Es una mujer sólida, con recursos, una fuerza de la naturaleza. ¡Es un alivio que aparezca en la novela! Ella anima a Robert a tirar adelante.
El único personaje al que concede la voz en primera persona es a Sadie. ¿Le ha resultado más fácil por ser mujer, y así darle un tono más personal?
No tanto por ser mujer, sino para poder contar su historia. Sadie es un personaje muy potente que habla de su infelicidad, de cómo pierde el control de sus problemas con el alcohol. Lo empecé a escribir en tercera persona, pero no me gustó el resultado, así que lo reescribí de nuevo. Si hubiera sido un personaje masculino, no creo que hubiera podido hacerlo.
Robert es aún un niño cuando escapa de su destino.
En cierta manera es un héroe, un héroe más terrenal, que se ve obligado a volar para vivir su vida. Hay una imagen muy clara para mí y es cuando llega al final de su viaje, ve una ballena surcando el Océano Pacífico. Ya no puede seguir moviéndose al Oeste, así que se ve obligado a retroceder y a enfrentarse a su pasado, ese pasado del que huyó en su día.
Como lectora, me han quedado ganas de que hubiera desarrollado más el personaje de Martha…
¡Es verdad! (ríe). Martha merecía su propia novela.
¿Cuánto tiempo le llevó escribir La voz de los árboles?
Unos tres años entre la investigación y la escritura.
¿Qué lee Tracy Chevalier en su tiempo libre?
Novelas pero no solo históricas; novelas de y sobre mujeres… Actualmente estoy leyendo una ficción muy buena sobre la esclavitud, Sugar Money, de Jane Harris.
¿A qué escritores admira?
A Margaret Atwood. Admiro su pulso literario y su profundidad. Vi la serie El cuento de la criada. Es preciosa, pero aterradora. Me hizo pensar en cuán desconcertante puede ser el futuro. ¡Y Elizabeth Moss es una actriz estupenda!
¿Ya tiene en mente la siguiente?
Sí, estoy en ello… ¡pero nada de presión! Se me ocurrió al visitar la catedral de Winchester, donde hay unos cojines tejidos por mujeres ¡que llevan esvásticas! Me atrae la idea de pensar cómo los símbolos empiezan a ser poderosos. Volvió a sucederme cuando Trump ganó, y quiero escribir sobre ello. Para no olvidar de dónde venimos. Estará lista para el 2019.
¿Qué le habría gustado escribir?
Alias Grace, de Margarte Atwood. Trata de cómo percibimos la verdad, nuestra propia verdad; es decir, nuestra idea sobre cómo creemos que sucedieron las cosas, aunque no fuera así.
He leído que prefiere escribir a mano, en el sofá, con un edredón tejido por Vd. misma…
Sí, sí (ríe)…a veces con el edredón. Escribo a mano, con tinta azul, y a final del día lo paso al ordenador.
Nuestro tiempo ha acabado y hay cola esperando. Le espera una dura jornada de entrevistas y por la noche, dos días más en Madrid para, ciertamente, hablar de su libro.
MB
La voz de los árboles, Tracy Chevalier, Duomo, traducción de Juanjo Estrella, 342 pp., 18 €