Por Aránzazu Sumalla
Solemos oír hablar siempre, por estas fechas, de las novelas para el verano. Pero hoy no queremos replicar el listado de propuestas de lecturas veraniegas, sino acordarnos de algunas de esas novelas que son de verano porque con ellas, nos acompaña el calor del estío, el olor de la playa o el campo amarillento abrasado por un sol implacable, la calma de las vacaciones o el sonido nocturno de los grillos a través de las ventanas abiertas. Novelas en las que el tiempo narrativo es el tiempo del verano o el tiempo evocado es aquel en el que el estío protagonizaba, tanto como sus personajes y el espacio, la acción. Novelas en las que el nudo de la historia gira en torno a esta época del año que ahora empezamos, o en las que en él tiene lugar el arranque o el desenlace de la trama. Novelas calurosas o no. Pero novelas que asociamos, irremediablemente, a esta estación del año.
En verano transcurren grandes obras de la literatura universal y el verano es también, a menudo, el tiempo recordado y recuperado para dar vida a la novela que se cuenta. La estación del año, determina, además, los escenarios y las actuaciones de los personajes, convirtiéndose, así, en un elemento determinante, causal, geográfico, esencial.
Combray es el lugar que da título a la primera parte de la primera entrega de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust (1913), una de las grandes obras de la literatura universal. El Combray recobrado por Proust no es otro que el lugar de veraneo de sus padres, donde el Proust niño reclama el beso por siempre anhelado de su madre. Ahí comienza realmente el recuerdo de ese tiempo perdido del escritor francés y ese Combray es lugar de descanso, estival, vacacional.
También es verano y están de vacaciones los personajes que protagonizan Al faro de Virginia Woolf (1927). La novela precisamente gira en torno a una excursión al faro que hay cerca de la casa en la que veranea la familia Ramsay en una isla que se parece mucho, en casi todo, a la isla de Saint Ives, en Cornualles, donde veraneaba la familia de Virginia Woolf. Al igual que Marcel Proust recreaba su infancia en Combray, también Virginia Woolf, en su obra más autobiográfica, rememora lo que podemos intuir, serían los veraneos con su familia en su juventud, con las tensiones latentes entre sus padres, unos señores Ramsay en los que confluyen rasgos de sus progenitores.
Veraneos recreados o rememorados son también los que protagonizan, con un calor más acusado, novelas de iniciación de autoras más cercanas y más recientes, como la isla mediterránea de Ana María Matute en Primera memoria (1960), que relata, esencialmente, la crisis que trae consigo el despertar de la adolescencia, con la desaparición de los últimos sueños e ilusiones infantiles, todo ello a través de las vivencias de la joven Matia quien, aislada durante los meses que siguen al estallido de la guerra civil española en casa de su abuela en una isla del Mediterráneo, cuando descubrirá los síntomas evidentes de una nueva etapa vital, dejando atrás para siempre la realidad infantil en la que se ha movido hasta entonces. El paisaje agreste de la isla mediterránea estará marcado por ese sol que provoca una luz cegadora, la luz del estío junto a un mar de un azul fluorescente.
Un verano eternamente asfixiante protagoniza el pasaje más relevante que rememora la joven Julia en la novela a la que da nombre de Ana María Moix (1970) y que fue su debut como narradora. Aunque es una noche de insomnio en la juventud de Julia el tiempo del relato, la protagonista evoca su infancia y adolescencia y sin duda, la escena recurrente de Julita aguardando a su madre bajo el sol abrasador de agosto en un pueblo de la costa catalana con una camiseta de ancla marinera, después de haber sufrido una tremenda experiencia, vertebra toda la novela. Esa canícula mediterránea apresando a la niña en un callejón mientras aguarda a una madre que se escapa una y otra vez de sus manos, tiene tanto protagonismo como la acción y la trama.
Y, por supuesto, no podemos dejar de citar a otra autora de la generación que Moix, Esther Tusquets, a quien precisamente Moix dedicara su Julia y quien eligió el verano para dar título a su primera novela, probablemente la más conocida y analizada, El mismo mar de todos los veranos (1978), donde el verano tiene más que ver con la evocación de la infancia y la adolescencia y con el lugar donde se ambienta la acción: una casa familiar y campestre, alejada de la ciudad, aunque la acción, en realidad, se desarrolle unos días antes de la llegada del verano.
Al hilo de esta última novela y trasladándonos a la narrativa mucho más reciente, Milena Busquets, hija de Esther, narrará también un verano, el del duelo por la muerte de su madre en También esto pasará (2015). Un duelo que tiene el sabor del salitre y el aroma de las callejuelas de Cadaqués. Si También esto pasará, sin duda, es el relato de cómo lograr avanzar por el camino de la vida cuando la persona en cuyos ojos nos reflejamos ya no está, es también una novela sobre un paraíso recuperado que no es otro que el del verano en la Costa Brava.
Pero no todo serán veranos de juventud o veranos de superación. También hay veranos para los crímenes y su resolución. Son tantas las novelas criminales acaloradas que casi darían pie a un artículo completo dedicado a inspectores tratando de resolver asesinatos asfixiados por el calor.
Calor, verano y Mediterráneo se unen en la que fuera primera entrega de Toni Hill en su trilogía del inspector Salgado, El verano de los juguetes muertos. (2011), donde, como se ve, el verano también forma parte del título. Porque es verano y hace mucho calor en la Barcelona de Héctor Salgado, apartado de su cargo como inspector de la policía autonómica por un ataque de violencia (siempre tan propensa a estallar con el calor pegajoso de Barcelona) y al parecer, encargado de un caso simple e incómodo, el de un joven que se ha suicidado una noche veraniega saltando desde la ventana de la buhardilla de la casa de sus adinerados padres. El calor sofocante del verano de Barcelona acompañará a Salgado y su compañera Leire Castro mientras desentrañan misterios de otros veranos lejanos, donde se esconden los secretos que resolverán el caso.
También José María Guelbenzu se acercó al género criminal en verano. En este caso, nos trasladamos al norte de la península y a un grupo de veraneantes de clase alta en No acosen al asesino (2001), una novela dedicada a Juan García Hortelano y en cierto modo, un homenaje al autor y a su novela, premio Formentor en el año 1962, Tormenta de verano, en la que también una muerte en un rincón reservado solo a los más pudientes, marcaba la narración y a sus protagonistas. A pesar de que la brisa del mar Cantábrico nos aleja del sopor de las tardes de calor mediterráneo, es una tarde de siesta calurosa cuando tiene lugar el crimen de la novela de Guelbenzu. El contexto del privilegiado entorno de veraneantes constituye en sí mismo un marco esencial de la novela en la que el lector no tratará de descubrir al asesino (identificado desde las primeras páginas) sino de descubrir las razones de su crimen. El paraje idílico de un lugar de veraneo norteño queda pervertido para siempre por un asesinato que, en realidad, es la excusa para adentrarse en la psicología de los personajes y en el descubrimiento de sus secretos más inconfesables.
¿Cómo hablar de crímenes en verano y no recordar a Hércules Poirot tratando de resolver alguno de ellos? Aunque es difícil escoger una novela concreta de Agatha Christie en la que el verano y el crimen vayan de la mano, Maldad bajo el sol (1941) es un buen ejemplo de ello. Veraneo en el sur de Inglaterra, concretamente en el condado de Devon y en la isla de Leathercombe (en realidad, se trata de una bahía, no de una isla), este título de la escritora policiaca por excelencia es un estupendo ejemplo, como su título indica, del sol como protagonista del mal inherente a cualquier crimen.
La influencia de Maldad bajo el sol la confiesa el autor de la última novela de este artículo. Nada mejor que un libro que acaba de salir de imprenta y ha llegado recientemente a las librerías para poner fin a esta lista de novelas sobre el verano: El extraño verano de Tom Harvey de Mikel Santiago (2017): verano, como recoge el título, crímenes y mucha, mucha intriga en esta novela que, eso sí, puede convertirse en una estupenda novela de verano para el verano.
Apunte de la autora: Hay muchas más novelas de verano y para el verano, esto es solo una pequeña selección. Se quedan muchas otras en la reserva, para ser rescatadas cuando guste el lector. Aunque después de la canícula de junio, quizás el lector lo que desee es volver al crimen nórdico o a los paisajes de nieves perpetuas de Doctor Zhivago.
*Aranzazu Sumalla ha ejercido varios años como editora en Urano y La Esfera de los Libros. Actualmente trabaja como agente en IECO.
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